lunes, 21 de junio de 2010

Ancianidad

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria;
hay besos que se dan con la mirada,
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles,
hay besos enigmáticos,
sinceros,
hay besos que se dan sólo las almas,
hay besos que por prohibidos,
verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos.
Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huella
como un campo de sol entre dos hielos.
Gabriela Mistral

Qué valor el de esta mujer mayor, la Mistral, produciendo tan extraordinarios textos, ocupaciones tan diversas -poetisa, diplomática, pedagoga- y dedicación a la enseñanza con tanta capacidad, como belleza y dinamismo, como fundiendo arte y artesanía. Creando aún sabrosas páginas incluso en esa etapa de la vida a la que antes o después nos acercamos todos.

Asombrosamente, este siglo XXI nuestro por un lado "produce más ancianos que nunca -gracias al venturoso alargamiento de la vida favorecido por la Medicina" y por otro lado parece valorarlos menos que nunca, excepto algunas personas especiales.
En este siglo de la idolatría a la juventud los viejos parecen estar de más.
Y hay gentes que les miran como echándoles en cara el no haber tenido la delicadeza de morirse antes.

Sí, ya sé desde el corazón que no todos piensan así. Y hay gentes que empiezan a descubrir que la ancianidad (y no me gusta el concepto de "tercera edad") es simplemente una etapa más de la vida, tiempo para llenar de jugo y actividad como cualquier otro, en la que no se debe vivir sólo de memorias sino también de proyectos.
Es absolutamente cierto.
El hombre empieza a disminuir el día en que sus recuerdos son más que sus proyectos, el día que empezamos a mirar más hacia el pasado que hacia el futuro, el día en que nos auto-convencemos que ha concluído nuestra tarea en el mundo.

Es la peor jubilación de todas, la que uno se impone a sí mismo. Un hombre realmente está vivo en la proporción de las ilusiones que mantiene despiertas.
¡Hay tantos ancianos que no parecen tener más ilusión que la de "ir tirando"! ¿Tirando qué? ¿Tirando su vida?
Tal parece que nuestra sociedad lucha más por prolongar la vida que por conseguir que esa prolongación sea gozosa. ¿De qué sirve añadir algún lustro a la vida si no es útil más que para seguir rumiando en el baúl de los recuerdos?

Pero hay algo más, gentes a quienes les encanta la ancianidad pero no los ancianos. Gentes que hablan mucho de la tercera edad pero no soportan al abuelo cercano. Y lo serio del asunto es que a los ancianos, con sus inevitables carencias o manías, sólo puede querérseles con verdadero amor. En un mundo donde el egoísmo crece a galope, ¿qué futuro espera a los ancianos del mañana o de pasado mañana?

Todos, especialmente creyentes, los que conocemos la auto definición de Dios como "el Anciano de Días" debiéramos alentar el nacimiento y madurez del amor "por las canas".
Dirigirnos cada momento de cada día con palabras de ternura a los oídos minoritarios de la más grande mayoría. Intentar transformarse y transformarnos en defender la equidad. Por encima de la actividad individual, de la rapidez de reflejos, de la función utilitaria y ancilar, por encima de la actividad primaria o dominante está la vida, está el amor.
P.Roberto Velert Ch. Iglesia Evangélica Bautista "Piedra de Ayuda", Barcelona España.


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