jueves, 8 de abril de 2010

Meditación del 8 de Abril

Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura” (Números 13:31).


Subieron a investigar confiando en su propia capacidad, y ahora se muestra la verdadera motivación -la realidad de sus almas-, que no confiaban en Dios sino en ellos mismos.

Eso es idolatría: “No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros.” (v.31). Dios nunca les dijo que haría esa obra con el poder de ellos, sino con el Suyo: “Y os meteré en la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y yo os la daré por heredad. Yo Jehová” (Exodo 6:8).

Hubiese sido mejor examinar su propia debilidad y no ponerse a investigar la fortaleza de sus enemigos. Su tarea era confiar en la promesa divina. Si se hubiesen examinado, habrían visto su debilidad y habrían doblado sus rodillas en oración para mortificar el corazón incrédulo.


Cuando medimos nuestro éxito espiritual basados en nuestro propio poder, seremos vencidos antes de pelear.

El que espera vencer el mal, no debiera esperar sobre su propio poder sino apoyado en la boca y mano de Dios, quien lo ha prometido y es poderoso para cumplirlo. No tenemos fuerzas para luchar contra las obras de las tinieblas.


Cuántas veces hemos sido avergonzados por las debilidades de nuestro carácter moral o le hemos daño a aquellos a quienes amamos, les prometemos cambiar de carácter y no podemos, repetimos las mismas ofensas contra el prójimo, caemos en desespero y nos deprimimos. No podemos, la lucha es desigual. Somos como hormigas frente al poder de los demonios, pero si vemos y aceptamos el poder de Dios entonces no seremos frustrados; la victoria estará de nuestra parte.

¡Oh si viésemos esta realidad más a menudo, tendríamos mucho menos problemas entre nosotros mismos!


La incredulidad anula la razón y borra de la memoria las buenas experiencias que hayamos tenido con Dios. Los hijos de Israel olvidaron que los amalecitas eran mucho más fuertes que ellos, lo mismo Faraón y su gente armada; y sin embargo fueron derrotados.

El ejército de Israel destruyó a los amalecitas con sólo Moisés mantener su mano levantada, y los egipcios ahogados en el mar como si fueran plomo sumergido. Decimos que la incredulidad anula el buen pensar o razonamiento porque el comparar es una facultad del buen juicio y ellos no pudieron comparar sus adversarios con otros, sino sólo con ellos mismos. Como si no estuviesen pensando, o estaban apoyados en su propia prudencia y capacidad.


La fe es el canal para traer a nuestro favor el poder de Dios, pero la incredulidad lo aleja. El reporte fue veraz: “El pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas” (v.28). El miedo les hizo subestimar su propia fuerza, rebajó sus propios tamaños y agrandó la estatura del enemigo.

La desconfianza en Dios hace ver nuestros peligros más grandes de lo que son y nuestra ayuda más débil, y peor aún, predecimos una derrota más grande; y si el peligro es tan sólo una posibilidad, entonces lo vemos seguro. Desfigura la realidad, y somos vencidos antes de salir.

La dicha de un hombre descansa en confiar en Dios. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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