viernes, 23 de abril de 2010

Meditación del 23 de Abril

“Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar… Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:64,69).

Este último verso es una expresión de un corazón con fe y que se deleita en Dios. Es una expresión de grado en el alma.

Algunos de ellos creían de manera racional, o era lógico aceptar que este hombre venía de Dios al hacer tantos milagros y prodigios pero cuando llegó la prueba se volvieron atrás, su fe en Jesús fue simple ejercicio de razón.

En cambio, aun cuando Pedro le negó tenía fe verdadera, venció la inclinación de su voluntad corrupta.

En otras palabras, hay dos clases de fe: una intelectual y otra espiritual. Una se deleita en Dios por la Palabra revelada, y otra no puede. Hay un deleite en Dios que es meramente racional, y otro superior, el deleite de la fe.

¿Cómo llega el deleite divino? Por medio de una iluminación de fe, que provee claridad y seguridad obrada por el Espíritu de Dios en el alma creyente. Su inicio es en claridad del conocimiento de Dios y seguridad de Su amor. La bondad del Señor relacionado con uno.


La doctrina cristiana ha sido testificada por Dios mismo y sus testimonios por naturaleza no son engañosos. Es la verdad y lo sabe muy bien la conciencia humana, sobre todo en el creyente. No se necesita más que ganar el corazón humano y por necesidad lo conocido será deleitoso.

A manera de contraste decimos: ¿Podrá el hombre natural tener más certeza que la seguridad de la muerte? Sin embargo son muy escasos en quienes esta realidad afecte para bien su conducta. Es decir que la eficacia de un concepto depende de la evidencia en el corazón.

Óigalo: “Creí; por tanto hablé” (Salmo 116:10).


Siendo la obra del Espíritu Santo dar convicción a la fe, luego entonces la fe nos lleva al deleite en Dios. Deleitarse en Dios es además un instrumento de prueba ya que es una de las obras más radicales para probar el amor por Cristo.

Repito: si alguno se deleita en Dios, es signo incuestionable que posee fe, tiene el poder de la verdad como está escrito: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca” (Salmo 119:103).

Sólo la fe capacita para hablar así o decirlo sin fingimiento. La fe produce un efecto obligado en el corazón.

El conocimiento de Dios produce deleite en el corazón del hombre o mujer creyente. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

No hay comentarios.: