martes, 27 de abril de 2010

Meditación del 27 de Abril

“Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios” (Hechos 26:18).


Cualquier hombre pudiera tener una comprensión aceptable del Creador, sin embargo será el convertido quien verá con más claridad. La razón es obvia: Dios, por Su Espíritu y Palabra, ha creado en ellos la facultad de la visión espiritual.

A diferencia del hombre natural, el regenerado o que es nacido de nuevo tiene la facultad de deleitarse en lo invisible. Posee facultad sobrenatural: “Nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero” (1Juan 5:20). El Creador les ha dado rectitud de mente, actitud y poder para recibir el deleite que viene del Cielo.

Aún cuando es un conocimiento que satisface, no es perfecto o completo, ya que el salmista ora así: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Salmo 119:18). No pide nueva revelación a ser escrita sino que el Señor le conceda disfrutar lo ya revelado. Que la verdad le sea más clara y sellada en su alma creyente.

La claridad viene de Dios.


Algo más en el significado de mayor seguridad en esto de la iluminación que satisface o deleita es lo siguiente: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera” (
Hebreos 11:1). La fe posee un componente esencial, certeza o seguridad.

Dios hace el canal y lo emplea para comunicar Su deleite. Hablamos así porque la Biblia lo enseña, y sabemos que hay fe y carcasa de fe. Carcasa significa fe sin alma, un cadáver es un cuerpo sin el espíritu. No es fe débil, debilidad es una disminución de poder pero con vida, carcasa de fe es fe muerta.

La fe verdadera es operativa, o que si andamos en amor a Dios, actúa o hace camino al deleite. La comunión con Dios es total, inmediata, sobrenatural, y se recibe por fe.


Supongamos que usted emplee un lápiz para comunicar a su vecino una noticia agradable, el lápiz por sí sólo no hace nada sin una mano que lo guíe. El deleite divino no es un impulso de entusiasmo sin ninguna referencia a la revelación divina o Santas Escrituras. Es el medio ordenado por Dios que tiene su debido efecto, deleite; no se trata de un escalofrío o temblor que nos ponga la piel como gallina, sino una comunicación que hace Dios mismo de Su ser y que trasmite al creyente por el canal de la fe en Su Palabra. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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