lunes, 26 de abril de 2010

Meditación del 26 de Abril

“Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).


La fe en el Señor Jesús hace un nuevo ser: el cuerpo sigue siendo el mismo pero el alma viene a ser otra cosa diferente a lo que era. Este acto milagroso o sobre natural es lo que significa ser nacido de Dios.

Un paso adicional de esta creación espiritual es lo siguiente: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo… El nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (2Corintios 4:6; Efesios 4:24). El creyente fue creado en conocimiento o luz, hay un resplandor en su corazón.


Esa imagen de Dios es formada en el hombre por medio del conocimiento.

El viejo mundo perecería sin luz pero el sol constantemente le transforma, de modo similar la luz del conocimiento de Dios transforma el alma creyente y la imagen se renueva en su alma: “El cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:10). La luz es la zapata del deleite. Una luz operativa, penetrante, que funde el corazón, quema los pensamientos de vanidad, hace allí una nueva masa donde Dios comunica Su imagen viva.


“Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros” (1Juan 1:6-7). Y en el mismo contexto es dicho en lenguaje explicito: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (v. 5).

Conformidad de conducta con Dios hace camino para tener comunión, y la semejanza es la base del amor, amor y deleite son inseparables. Es imposible deleitarse en Dios si caminas en tinieblas o en contradicción con El. Este deleite viene por un rayo de luz o conocimiento eficaz del Señor.


El Evangelio es el instrumento que Dios emplea para iluminación intelectual del creyente. Cuando llega una buena noticia uno primero entiende, luego da el debido proceso en la mente, entonces uno se alegra ya que se relaciona con nuestro beneficio. Es sumamente necesario que el punto central de nuestro estudio sea el Evangelio. Conocer a Dios, glorificarle y luego disfrutarlo.

“Dios, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad” (Santiago 1:18). El nuevo nacimiento y el crecimiento de la imagen de Cristo en el corazón del cristiano se efectúa por medio de la Palabra, o lo que es lo mismo, el Evangelio.

Cuando oímos el Evangelio con fe, el Señor siembra en el corazón, y así somos mandados: “Recibid con mansedumbre la palabra implantada” (v.21).

Cuando el Evangelio es oído o recibido con fe, es luz transformadora, la imagen de Cristo se va formando. Son más que meras palabras, ya que trae la semejanza de Dios, y llevan el alma a una vida deleitosa: “El Evangelio es poder de Dios”.

Es la revelación de la mente y voluntad de Dios a Su pueblo, o que viene con el sello divino: al creerla se estampa con Su imagen en el corazón de fe. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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