jueves, 29 de abril de 2010

Meditación del 29 de Abril

La envidia es carcoma de los huesos" (Proverbios 14:30)


La envidia no solo es un pecado sino también un tormento: "Es carcoma de los huesos". El hombre envidioso es empobrecido por las riquezas del otro y atormentado por la felicidad ajena.


Un autor de novelas relataba que en cierta ocasión encontraron una serpiente en el corazón del cadáver de una mujer. Pero el envidioso tiene una culebra en su pecho que lo atormenta continuamente mientras está vivo.

De todos los espíritus que suelen tomar el corazón humano este es uno de los más torturantes, que corroe y agobia el alma de quien tome posesión. Su perjuicio no es como las caries o la inflamación de la piel, sino que se mete mucho más profundo, trabaja arruinando -tal como la carcoma- que no es visible sino hasta que ya no hay remedio.

La envidia actúa contra los huesos, entiéndase que destruye internamente.


En sentido general la envidia puede definirse así: un espíritu de insatisfacción o molestia interior que se opone o disgusta ante la prosperidad y felicidad de los demás al compararla con uno mismo. Se siente ofendido por el bien ajeno, perjudique o no ese bien.

El envidioso quiere brillar solo, y peor aún, le parece que el bien ajeno fue tomado de lo que era suyo.

Este pecado ese señalado como uno de aquellos en que vive el hombre carnal: "Estábamos esclavizados por diversas pasiones y placeres, viviendo en malicia y en envidia" (Tito 3:3).

El envidioso se siente incómodo y luego no puede frenar palabras de murmuración cuando ve la superioridad comparativa del estado de honor, prosperidad o felicidad que otro puede disfrutar, por encima de lo que él tiene.

A este estado del espíritu natural es lo que la Biblia y donde quiera se le denomina como envidia.


Para cultivar una vida balanceada es necesario estar persuadidos -convencidos- que no somos el centro del universo y que además hay personas que son superiores a uno en todos los sentidos.

Uno de los extravíos de la envidia es no admitir esta realidad; no resiste que los demás puedan poseer, ser o estar por encima. Hay una disposición natural en el hombre que lo guía a procurar ser el mayor o superior entre todos los hombres, de modo que no sorprende que el hombre se sienta disgustado cuando ven a otro por encima de ellos.


Hay personas que se consideran superiores por lo que poseen, ya sea bienes materiales u honra, no debe extrañar que al ver a otros con más de lo que tienen los consideran o entienden que son superiores a ellos mismos y les produce un malestar interior. Tal sentir es mundano, u opuesto a la naturaleza y virtudes de una vida cristiana. Hemos de luchar contra tales impulsos cuando surjan en nuestro pecho.

Abraham dio a escoger a Lot los terrenos que quisiera. Solo alguien que teme al Señor puede hacer esto y permanecer tranquilo, sin envidiar al prójimo, sin pensar que el otro está tomando ventaja, ventaja que no pasa de este mundo y como mucho hasta la tumba. Haz lo mismo y vivirá tu corazón. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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