lunes, 19 de abril de 2010

Meditación del 19 de Abril

“Tú diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos cuando abundaba su grano y su mosto” (Salmos 4:7).


Como rey, David conocía el gozo de una abundante cosecha, poseyó o vivió esa experiencia pero ahora confiesa que el deleite divino es mayor. Participó en ambos casos, en lo material y espiritual.

En el deleite divino ha de haber comunicación y participación de Dios con uno. Y mientras haya más luz o conocimiento en el corazón del creyente, mayor el deleite. El salmista tuvo luz natural, espiritual, comparó en fe o con buen juicio y concluyó con un argumento certero: “Tú diste alegría a mi corazón mayor que la de ellos”. Allí Dios es disfrutado, el alma goza el cielo estando en la tierra.

¿Significa entonces que hay que probar el pecado y luego comparar con la senda cristiana? No, la Palabra de Dios nos ilumina para ello, por eso somos llamados a confiar: Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad” (Salmo 37:3).


Estos deleites son comunicables en la senda del amor a Cristo.

A un niño le es muy difícil aceptar que una inyección en su carne sea beneficiosa para sanarle, porque no es algo agradable. Pero una mente madura, prudente o sana, un bien conveniente será también agradable a su buen juicio, aunque no lo sea a su mente carnal.

Procuremos que el deleite sea agradable y honesto. Agradable en el disfrute y honesto en la manera de obtenerlo. Hay deleites legítimos e ilegítimos. La idea es que no podemos deleitar o disfrutar un bien a menos que de una manera u otra participemos de ese bien. Por tanto, que los sentidos, el apetito, la imaginación, la memoria o la voluntad, en un grado mayor o menor, por corto o largo tiempo, posean o entren en contacto con el gozo divino.


Hermano amado: haz todo cuanto tengas a tu alcance para ser dirigido al amor de Dios. Que el espíritu de amor, virtud y sano juicio gobiernen tu vida. Como está escrito: “Que el Señor encamine tu corazón al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo” (2Tesalonicenses 3:5). Procura incentivar esa semilla divina de compasión y generosidad que fue sembrada en ti en el día de tu conversión.

Procura guardar tu alma de las codicias mundanas; desvía tus deseos a los tesoros celestiales, y no tanto a los bienes terrenales. Pon guarda a tu hablar, que tus palabras sean sabias, sazonadas con gracia. Diariamente ama la lectura de tu Biblia, y procura estar en paz con todos tus familiares, amigos y relacionados.

Esto te exhorto, por una sencilla y poderosa razón: el deleite de Dios es para un alma santificada. Amén.

P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org

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