“La blanda respuesta quita la ira” (Proverbios 15:1).
La mansedumbre no siempre está en operación, pero siempre está dispuesta a hacerlo si se lo permitimos. Cuando somos injuriados u ofendidos, nos sentimos amenazados, el instinto natural nos pone en pie de guerra, pero allí la mansedumbre inicia su trabajo, cuando la ira inflama los sentimientos de venganza. La obra inicial de la mansedumbre es deliberar.
Deliberar. Tan pronto como somos ofendidos se levanta nuestro mecanismo de defensa pues hemos sido atacados, pero la mansedumbre indica que no es tiempo de manifestar nuestro disgusto, sino madurar el asunto y estudiarlo.
Porque el propósito final de la redención en Cristo es honrarnos, devolvernos la gloria como seres hechos a Su imagen, y en este sentido mantener la razón en su trono regulador en uno, por eso nos manda a deliberar o pensar bien para que los sentimientos no nublen nuestra mente y el sano juicio no sea enturbiado.
Que la provocación no nos vuelva como animales irracionales, sino que como seres humanos podamos ver las cosas en sus colores. Hay personas que en ocasiones reaccionan como si fuesen toros de lidia: como el toro, ven un paño rojo enfrente y desatan su ira. La mansedumbre nos pone a deliberar para evitar reacciones así. Manteniendo el buen juicio se determina si es o no una amenaza, y además cómo y cuándo defendernos.
El ejemplo del Señor Jesús nos indica que debemos deliberar antes de manifestar: “Entonces Jesús, al verla llorando y al ver a los judíos que habían venido junto con ella también llorando, se conmovió en espíritu y se turbó” (Juan 11:33).
Consideró a los otros, deliberó y vió que era propio conmoverse.
En el caso de las provocaciones las cosas irán correctas en el alma cuando no dejemos que la amargura gobierne los sentimientos. La mansedumbre no elimina el resentimiento o amargura de ánimo, sino que no lo deja entrar a los afectos para que la mente no sea molestada en su deliberación. Amén.
P.Oscar Arocha, www.ibgracia.org
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