miércoles, 4 de agosto de 2010

Meditación del 4 de Agosto

"Pero viendo José que su padre ponía la mano derecha sobre la cabeza de Efraín, le causó disgusto" (Génesis 48:17).


A menudo no nos es posible conocer a ciencia cierta la manera providencial con que Dios trata los suyos, pues incluso santos muy amados por el cielo son desagradados con inusuales providencias, y tal cual lo señala el texto: José se disgustó.

José se sintió ofendido por la acción de su padre, sin embargo no culpemos sin la suficiente evidencia porque si José hubiese imaginado que Jacob puso las manos así no por propio gusto sino por la guía del Espíritu Santo, de seguro que no atribuiría faltas a su papá, sino que se hubiese inclinado para adorar al Dios Soberano. Puede decirse que su disgusto fue una primera, pero breve, reacción. José no vió falta en sí, más bien atribuyó el hecho a un accidente del patriarca.


El hijo de Raquel aprendió el valor espiritual de la primogenitura del testimonio que le enseñó su padre, y así actuó, de manera que no se trata de una falta de afecto filial. Su enojo es muestra de su gran reverencia hacia Jacob, porque este hijo era incapaz de un desafecto de tal naturaleza hacia su progenitor. Actuó de acuerdo a las enseñanzas que había recibido de su padre en lo tocante a la primogenitura, no podemos, pues, culparle de prejuicio o mala voluntad hacia su papá.

"Y dijo José a su padre: No así, padre mío, porque este es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza" (v.18). Nótese el "porque" en sus palabras, como testimonio de las razones que habían en su corazón para expresarse de esa manera.


Los padres no están por encima del buen consejo de los hijos cuando lo necesitan, ni debieran tener como una falta de respeto cuando sus hijos se toman la libertad de objetar sus opiniones y conducta, en particular si hay apariencia de que lo requieran. Pero también agregaremos que las objeciones debieran hacerse siempre con la debida reverencia hacia el juicio y autoridad de los mayores.

José se equivocó pero su culpa fue excusable por el argumento dicho. En apariencia Jacob erró, y su hijo quiso prevenirlo del error.

Sin embargo Jacob dió a entender que sabía lo que hacía, no era error ni capricho, ni arbitrariedad, sino por espíritu de profecía y en conformidad con los consejos divinos.

José se enojó pero Jacob no lo complació, y no hubo falta de reverencia por un lado ni falta de amor por el otro. Aún cuando no respondamos a los deseos legítimos de un hijo o de un amigo, debiéramos dar la negativa de manera amistosa o cortés. Jacob no ofendió a su hijo ni le habló con palabras hirientes sino con ternura y condescendencia: "Mas su padre no quiso, y dijo: Lo sé, hijo mío, lo sé" (v.19).


Esta cortesía hacia nuestros seres queridos ha de estar siempre acompañada de convincentes argumentos: "También él vendrá a ser un pueblo, y será también engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia formará multitud de naciones" (v.19).

Se trata de los consejos de la soberanía de Dios.

El Creador, en el curso de Su providencia desde las primeras edades del mundo, a veces ha preferido al más joven y débil de una familia. En multitud de ocasiones ha hecho muy evidente que no sigue las reglas que los hombres le atribuyen cuando El los ha favorecido.

Este tratamiento parece tener el fin de enseñarnos a no gloriarnos en la carne, sino en el Señor.


Por la salud de nuestras almas es mejor que Dios nos trate así, como enseña el salmista: "Por cuanto no cambian, ni temen a Dios." (Salmo 55:19). La providencia sin cambios tiende a seguridad carnal o atea, porque podríamos perder todas las impresiones del derecho que Dios tiene de hacer lo que El quiera con lo que es Suyo. Estaríamos inclinados a sacrificar alabanzas a nuestra propia destreza o quemar incienso a nuestra propia inteligencia.

Dios no sólo da, sino también cuida y enseña.

Amén.

P.Oscar Arocha; ibgracia.org

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