martes, 10 de agosto de 2010

Meditación del 10 de Agosto

"He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y el conmigo" (Apocalipsis 3:20).


Considera la majestad de Cristo, Dios sobre todas las cosas.

Todo el universo es como un grano de polvo delante de El y los hombres son como nada.

Todo poder en los cielos y en la tierra es suyo, y la gloria que tiene está lejos de poder ser expresada. "Los cielos de los cielos no pueden contener su grandeza."

El es infinitamente feliz y glorioso; si el hombre no hubiese sido creado nunca, con todo y eso Su gloria y toda suficiencia no es afectada. Cristo no tiene necesidad de nada ni de nadie.

En referencia a Dios, lo más que el hombre puede hacer es conocerle. Ahora bien, el conocimiento de un ser no afecta para nada a ese ser, conocer algo de él no añade o quita nada, lo más que hacemos es tomar noticia de El.

El sol no disminuye ni aumenta su brillo porque le miremos. Si pudiera decirse que Dios necesitase de algo, su necesidad es hacer al hombre feliz, salvarlo del pecado y de la condenación eterna en el infierno. Aprecia pues el deseo ferviente de Cristo de ser compasivo para con los hombres.


Cristo es tan libre, tan absoluto en su ser y en su actuar, que no necesita de nada, ni nada puede moverlo a actuar; nuestro Dios no tiene compromisos de ningún tipo.

Tus abundancias no pueden ganar su amistad, como tampoco tus miserias ganan sus compasiones, por eso dice el profeta:"Fui hallado de los que no me buscaban." (Isaías 65:1).

Esto es lo maravilloso de Cristo, que hace todo esto cuando el hombre se encuentra lejos de merecerlo. Pudo haber destruido el hombre desde el mismo instante en que pecó, pero Su soberanía hace que la oferta de salvación brille con atractiva hermosura, como le respondió a los fariseos: "¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío?" (Mateo 20:15). Ahora desciende a salvar a aquellos que debieron ser muertos desde el mismo momento que recibieron la vida, sin embargo los ha escogido como hoy para ofrecerles salvación. ¡Cuán maravilloso es el amor de Cristo!

Es palpable la belleza de la soberanía de Cristo en ofrecer salvación, que se acentúa al considerar a quienes se ofrece: a sus enemigos, a impíos, pecadores, aborrecedores de Dios. "He aquí" nos da esa nota de maravilla, el absoluto comandante de cielos y tierra condesciende tan bajo como
ofrecerle salvación a sus enemigos.


La oferta es para el hombre, al pecador y al enemigo.

Al hombre: No a ángeles, serafines ni arcángeles, sino a hombres, la menor de todas las criaturas racionales. A aquel cuyo ser es polvo y cenizas, a uno que está a tres días de ser gusano y podrida hediondez, un gusano más de la tierra. ¿Vendrá Cristo a la puerta de un gusano a tocar y esperar que le abran?


A pecadores: El hombre por su pecado se ha hecho peor que las bestias que perecen. El hombre es polvo, pero por el pecado ha venido a ser polvo odioso, aborrecible delante del Señor, pues el Señor es purísimo y por tanto no resiste ver semejante corrupción humana, no puede ni verlo, si un hombre ve a Dios muere inmediatamente porque Dios no lo pasa, lo destruye por causa de que el hombre es pecador, sólo ángeles puros pueden permanecer delante de El. Así como los árboles son consumidos por el fuego, así los pecadores delante de Dios.
Mire la descripción de aquellos a quienes se ofrece salvación: "Desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo." (Apocalipsis 3:17).

La miseria descrita con cinco sinónimos, grandemente miserables. Dicen ser ricos y Dios les dice que están equivocados, ser incrédulo es una miseria. Cristo dice cómo librarse de este mal y rehusan, les ofrece felicidad y no la quieren, desprecian al mismo Cristo; y con todo y ese rechazo El viene y toca la puerta.


A enemigos: El caso no es solo de aquellos aborrecibles para Cristo, sino también para quienes Cristo es fuertemente aborrecido. Enemigos de El en sus mentes, en sus corazones y en sus vidas; odian a Cristo y todo lo que sea de Cristo, lo desprecian tanto que prefieren ser condenados en el infierno que creer en El o ser sus amigos. Y a estos enemigos Cristo se acerca a la puerta de sus corazones para llamarlos al arrepentimiento. Pero no están dispuestos a abrirle porque dicen que les aguaría la fiesta de sus pecados con el mundo.


La oferta es más maravilloso si consideramos la manera en que se presenta esta tan grande salvación: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo".

Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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