"Cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido" (Santiago 1:14).
En la vida de cada creyente hay trampas y tentaciones del mundo, y también la inclinación al peligro en la parte tentada. Esto es, que Satanás no necesita soplar mucho la llama puesto que la gasolina siempre está presta a incendiarse: "El espíritu, a la verdad, está dispuesto; pero la carne es débil" (Mateo 26:41).
Satanás nunca podría entrar a tentarnos si dentro de nosotros mismos no le abrimos la puerta para entrar.
Los peligros a que estamos expuestos indican el por qué Jesús ora al Padre por los suyos: No seremos aguardados a menos que Dios mismo nos guarde: "Padre, no ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (Juan 17:15).
Cristo nunca hubiese hecho una petición semejante si hubiésemos sido capaces de guardarnos a nosotros mismos. El establecimiento y preservación del creyente del mal del pecado está entre las bendiciones del Pacto de la Gracia: "Pero fiel es el Señor, que os establecerá y os guardará del mal" (2Tesalonicenses 3:3).
Pablo experimentó muchos y variados peligros, pudo haber llegado a pensar que en alguno fracasaría, por el contrario apeló en su corazón a la fidelidad del Señor: "Por esta razón padezco estas cosas, pero no me avergüenzo; porque yo sé a quien he creído, y estoy convencido de que él es poderoso para guardar mi depósito para aquel día" (2Timoteo 1:12).
Y en otro lugar nos dice que Dios es muy sabio para hacerlo de la forma mas conveniente: "El Señor sabe rescatar de la prueba a los piadosos" (2Pedro 2:9).
Por eso los santos se definen porque son dependientes del Señor en todo.
La dependencia no solo es señal de fe sino también de humildad y sobre todo de reconocer nuestra debilidad. El creyente podrá ser tragado por el gran pez y sentirse devorado por las fauces de este mundo impío, pero aún cuando eso suceda, tarde o temprano el pez nos vomitará en la playa sanos y salvos: "Jehová guarda la vida de sus fieles; los libra de manos de los impíos" (Salmo 97:10).
En conclusión: nuestras oraciones deben ser para ser librados del mundo así como del mal del mundo, más del pecado que de las aflicciones. Los santos buscan más gracia del cielo que ser protegidos de aflicciones terrenales, buscan dirección tanto como protección, es decir no hacer nada incorrecto mientras se encuentran sufriendo: "Pon, oh Jehová, guardia a mi boca; guarda la puerta de mis labios. No dejes que mi corazón se incline a cosa mala, para hacer obras perversas con los hombres que obran iniquidad. No coma yo de sus manjares" (Salmo 141:3-4).
La diferencia entre un verdadero creyente y uno falso no es tanto los sufrimientos, sino la gracia de Cristo gobernando el corazón, que mientras estén en adversidad puedan mejorar la fe.
Pablo fue diligente para ser librado de su problema, pero una voz de arriba le dijo: "Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en tu debilidad" (2Corintios 12:9). Solo la predicación que viene del cielo capacita a un santo a gozarse en la debilidad.
Las bendiciones compradas por Cristo para Su pueblo son más espirituales que materiales. Por ello El es más solícito en librarnos del pecado que de las dificultades: "Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:21)
Cristo es Salvador espiritual, quienes le pertenecen manifestarán la salvación en sus vidas haciendo Su voluntad contra el pecado, sin enredarse en puras actividades religiosas: "No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre? ¿En tu nombre no echamos demonios? ¿Y en tu nombre no hicimos muchas obras poderosas? Entonces yo les declararé: Nunca os he conocido. ¡Apartaos de mí, obradores de maldad!" (Mateo 7:21-23).
Esto nos ayude a cómo orar mejor.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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