miércoles, 18 de agosto de 2010

Adolescentes.5

PERTENECIENDO Y COMUNICANDO

Necesitamos crear un fuerte sentido de pertenencia. Necesitamos hogares que sean lugares de refugio donde nuestros hijos tienen aceptación garantizada, donde los abrazamos, estimulamos, interactuamos con ellos. No podemos permitir que obtengan sentido de identidad de otras personas o de lugares fuera del hogar.


Necesitamos organizar la vida y tener tiempo para nuestros hijos en sus años de adolescencia. Es tiempo que pasará volando. No te permitas estar tan ocupado con tus propias búsquedas que no tengas tiempo para estar y conectarte con tus hijos.


Un verano decidimos vacacionar en bicicleta. En total rodamos 650 millas ida y vuelta. Cargamos con tiendas, sacos de dormir, todo lo necesario, en nuestras bicicletas. Rodábamos unas 50 a 80 millas cada día. Y cada noche, antes de retirarse a dormir, cada quien escribía en un diario las ocurrencias de la jornada. Cuando regresamos a casa, leímos los diarios, un día a la vez, después de nuestro tiempo de adoración familiar. Cada cosa que ellos escribieron fue recordatorio de lo especial que fue ese verano. Lo llamaron la gran aventura. Y fue una gran aventura familiar.


Si hemos de crear este sentido de pertenencia, necesitamos establecer comunicación. La mayoría piensa que comunicar se refiere a la capacidad de expresar ideas con palabras. Pero el fino arte de la comunicación es ser capaz de obtener las ideas de otra persona. “No toma placer el necio en la inteligencia, sino en que su corazón se descubra” (Proverbios 18:2).

¿Cuántas veces hemos sido necios en nuestras conversaciones? Hallamos placer en proclamar nuestra propia opinión más que en entender a la otra persona.


Una noche tuve una conversación con uno de mis hijos que me dejó corto. Yo tenía algo qué decirle. Fui a su habitación y sin más le solté lo que había. Luego dije “ahora voy a orar por ti, me alegro que tengamos la oportunidad de hablar juntos; luego me iré a dormir.” Oré por él. Me fui a mi habitación. Unos minutos después él tocó la puerta: “Papá, sólo quiero decirte que cuando saliste de mi cuarto dijiste que estabas contento de que habláramos. Sólo quiero decirte que yo no hablé ni una palabra.” En ese momento caí en cuenta. Dije “perdóname, yo hice la charla, tú supiste escuchar.” El me contestó “sí, algo así.” "Hijo -continué- ¿si hubieras podido, qué me habrías dicho?” “No sé -fue su respuesta. Ya no importa. Sólo quería decirte que yo no hablé.”


Comunicarse con adolescentes no será fácil siempre. Hay que trabajar duro para hacerlo bien. Yo fui un necio esa noche. Pude haber dicho todo lo que tenía en un contexto de participación, pero en lugar de ello simplemente saqué de mi pecho lo que tenía lo más rápido posible para irme a la cama. No fui cruel o abusivo, pero sí un necio. Le recité un monólogo en lugar de establecer un diálogo.


“Al que responde palabra antes de oír, le es fatuidad y oprobio” (Proverbios 18:13).

¿Cuántas veces hemos caído en esto?

Le decimos al muchacho: “Ya sé lo que vas a preguntar. La respuesta es ‘No!”

-“Pero Papá, ni siquiera he hecho la pregunta”

-”No tienes qué hacerla! ‘antes que la palabra esté en tu lengua, ya la sabes toda’ ¿no dice eso la Biblia?”


¿Saben algo? Luego de conversaciones así ninguno de nuestros hijos piensa “¡wow! qué bueno es tener un papá lector de mente! Debiera jugar béisbol conmigo”

La realidad es que el muchacho se siente alienado, como si no fuera capaz nunca de alcanzar o romper la barrera con sus padres.

Un hogar así es un sitio muy peligroso.

Haz lo opuesto con tus hijos. Abre canales de comunicación. Abre puertas de interacción. “Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre; mas el hombre entendido lo alcanzará” (Proverbios 20:5). Algunas veces parecerán vacíos, pero los adolescentes poseen aguas profundas también. Aprende a rescatarlos.


Margy provee consejería a una mujer joven cuya familia no se interesa en conversar. No intentamos substituir a nadie, tan sólo proveer ayuda para comunicarse. Mientras tanto, Margy lo que hace es pedirle a esta joven que piense en algunas preguntas antes de su encuentro semanal. De modo que la joven regresa a su casa y escribe páginas increíblemente profundas, de análisis sobre sí misma y su familia. Hay aguas profundas en esta jovencita, pero sus padres no han sido capaces de sacarla de ahí.

Haz preguntas no enjuiciadoras que inviten a conversar e interactuar.


Es como en la Encarnación. Lo que Dios hace en ella es asombroso. Pudo haberse quedado en los cielos y hablarnos en nubes, truenos, fuegos y relámpagos. En lugar de ello vino y se involucró con nosotros. Tomó forma de hombre, carne como nuestra carne. Vivió en un cuerpo como el nuestro, con las mismas limitaciones que tenemos. Experimentó lo mismo que nosotros. Hambre y sed y cansancio como en el pozo de Jacob en Juan 4. Lloró frente a la tumba de Lázaro. Fue tentado -dice Hebreos- igual que nosotros, pero sin pecado. Por eso dice “Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18).

En un sentido, la capacidad de Cristo para entender y ayudarnos está ligada al hecho de su experiencia de vida tal como nosotros la vivimos. Vió al mundo a través de nuestros ojos. Más todavía, hizo muchas preguntas (docenas de ellas, registradas en la Escritura). Y escuchó y respondió las preguntas de muchos (de nuevo, docenas). No pontificó. Interactuó. Se encontró con la gente donde ella estaba.


Hagamos lo mismo con nuestros adolescentes. Seamos capaces de entender a ese joven que piensa es atractivo llenarse el cuerpo de aretes. Hemos de ser capaces de ver su mundo a través de los ojos suyos si queremos aprender a saber cómo hablarle verdades que necesita escuchar. La encarnación es una maravillosa ilustración. Uno cuyo amor es infinito vino y nos entendió. Esto es lo que necesitamos hacer con nuestros hijos.


Imagina que tu hijo de 13 años necesita un nuevo par de tenis. Fuiste a varias zapaterías y viste cada par de zapatos de todas las tiendas. El se prueba otro par. Tú dices “creo que están bien”. El los mira, reflexiona “bueno, parece que están bien.” De inmediato le dices al vendedor “Me los llevo.”

Al día siguiente, tu hijo se pone los zapatos que no le gustan y se siente miserable.

Le dirías algo semejante -”¿por qué te importa tanto cómo se ven? ¡de todos modos pronto estarán irreconocibles! ¿qué dirán tus amigos si te ven llorando por unos tenis? ¡esos zapatos son carísimos! ¿qué, son expertos en la escuela? ¡cállate y pónte los zapatos!.”


¿Te comunicaste? ¿Piensas que tu hijo sentirá gratitud hacia ti por haberle comprado los zapatos? ¡Ni en sueños!

Sea lo que pase más adelante, ten por seguro que tú no formarás parte. Te deslizaste fuera de su vida. Quizás vaya con sus otros hermanos en auto compasión. Quizás vaya con sus amigos y comente “los estúpidos zapatos que mi papá me compró! odio esos zapatos, ¡es tan estúpido! Sea lo que haga, ten por seguro que tú no formarás parte.


¿Acaso la Biblia habla sobre esta clase de cosas? Sí, lo hace. Pero no lo hallarás bajo la palabra ‘zapatos’ en la concordancia. La Biblia habla de nuestro sentido de identidad y de cómo se relaciona con Dios. “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9). Mi identidad descansa en la realidad de haber sido traído a una relación con el Dios viviente mediante Jesucristo, quien habita en mí. No porque tenga zapatos que le gustan a mis amigos.

Ayuda a tus hijos a desarrollar un sentido de identidad enraizado en cosas que nunca cambian -inmutables-, como relacionarse con el Dios viviente. ¿Crees que los adolescentes pueden hacerlo? ¡Sí pueden!


Una vez tuvimos un retiro de preparación para el nuevo año escolar. Nuestro hijo mayor tenía quince años. Mi hermano Paul enseñó sobre ser completos en Cristo (Colosenses 2:9).

Adelanta ahora seis años.

Vamos manejando en la carretera. Mi hijo acaba de terminar la universidad. De la nada, surge el pensamiento: “Papá, ¿te acuerdas de aquel retiro cuando tío Paul nos habló de ser completos en Cristo?” -”Sí, me acuerdo”. “Sabes, esos mensajes me ayudaron en todo el bachillerato y la universidad.”

¿Puede un adolescente amarrarse a estas cosas? ¡Sí!.


El incidente del zapato podría ser una oportunidad para hablar de estas cosas. ¿Cómo tomas ventaja de la oportunidad? Puedes rescatarlo de aguas profundas.

-”estás molesto por los zapatos, ¿verdad?”

-”sí...”

-”mmm, me dí cuenta anoche que no te gustaron mucho cuando los compramos, pero no quisiste decírmelo, ¿es así?”

-”sí...”

-”¿qué es lo que no te gusta?”

-”pues se ven feos, Carlos compró unos así y Juan se burló porque dijo que parecían tortas”

-”ya veo. ¿tienes miedo de que los otros se burlen hoy de ti?”

-”sí...”


¿Qué estás aprendiendo? En el mundo que este muchacho habita, hoy, ahora mismo, sus zapatos son la cosa más importante del mundo. Es como si dijera “cuando entre a la escuela todo el mundo va a decir ‘tortas, tortas,tortas’.”

Por supuesto que su percepción está fuera de proporción con la realidad. Pero si no entiendes su lucha perderás la oportunidad de hablar verdad de la manera como él necesita escucharla. Quiero que mi hijo comprenda que la vida y mi sentido de satisfacción como persona no depende del tipo de zapatos. Está enraizada en mi inmutable relación con Dios mediante Jesucristo.


Tedd Tripp is Senior Pastor of Grace Fellowship Church in Hazleton, Pennsylvania.

This article appeared in Journal of Biblical Counseling, Volume 23 Number 3, Summer 2005.

© 2005, 2010 - The Christian Counseling and Educational Foundation.

http://www.ccef.org/communicate-teens

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