viernes, 20 de agosto de 2010

Meditación del 20 de Agosto

"¡Cuánto más la sangre de Cristo, quien mediante el Espíritu eterno se ofreció a si mismo sin mancha a Dios, limpiará nuestras conciencias de las obras muertas para servir al Dios vivo!" (Hebreos 9:14).


Solo y únicamente la sangre de Cristo es el precio equivalente a la remisión de pecados, porque Su sangre fue sangre de hombre inocente y sin mancha.

El no tuvo deudas con nadie: "La sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1Pedro 1:19). Pero también sangre de infinito valor y dignidad, pues es sangre de Dios: "La iglesia del Señor, la cual adquirió para si mediante su propia sangre" (Hechos 20:28).


El pecado tiene un precio tan alto que la justicia divina envía los pecadores condenados a tormento eterno en el infierno y nunca más saldrán de allí. Solo Cristo podía pagar ese precio, o saldar la deuda de los pecadores creyentes: "Porque con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los santificados" (
Hebreos 10:14). Se santifico a Si mismo, se ofreció voluntariamente como sacrificio por nuestros pecados.


Ningún ser creado podía pagar, pues el hombre debía ser sin pecado y además quedarse por siempre en prisión por los redimidos. Cristo no sólo fue inocente sino que también hábil para dar satisfacción al requerimiento de la justicia divina, borrando la culpa pendiente y nuestro total descargo de la Ley: "El castigo que nos trajo paz fue sobre el, y por sus heridas fuimos nosotros sanados... Según la ley casi todo es purificado con sangre, y sin derramamiento de sangre no hay perdón" (Isaías 53:5
;Hebreos 9:22).


Por tanto, Dios ha manifestado las riquezas de Su gracia en la remisión de nuestros pecados: "La gracia de nuestro Señor fue mas que abundante con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús" (1Timoteo 1:14).

Cristo es el comprador de la misericordia de las misericordias, porque no hay favor más dulce a un condenado que el perdón de su culpa y librarlo del castigo por su maldad.

La misma Palabra de Dios así lo declara pues cuando Moisés pidió a Dios que le mostrara todo Su bien, la respuesta divina fue: "Yo haré pasar toda mi bondad delante de ti y proclamaré delante de ti el nombre de Jehová. Tendré misericordia del que tendré misericordia y me compadeceré del que me compadeceré" (Exodo 33:19). Todo el bien del Altísimo se manifiesta en el perdón de pecados, y si agregamos la manera en que fue hecho, entonces las riquezas de Su gracia se hacen mas evidentes: "En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados, según las riquezas de su gracia" (Efesios 1:7).

Es aquí, y no en otra cosa, donde el amor de Dios se manifiesta: "Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8). Sólo y únicamente los creyentes han experimentado el amor de Dios y sólo El podía hacer triunfar la justicia y la misericordia al mismo tiempo. Una carrera entre dos opuestos y ganaron los dos.


Esta gracia brilla más porque además de abarcar a muchos, algunos fueron sacados de la más profunda miseria y pecaminosidad y llevados a la gloria: "Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1Timoteo 1:15).

Eran perseguidores, asesinos, bandoleros, inmorales...

La gracia se extiende a todo tipo de pecados: secretos, escandalosos, grandes y pequeños, voluntarios o involuntarios: "Oh Israel, pon tu esperanza en Jehová, porque en Jehová hay misericordia, y en él hay abundante redención. El redimirá a Israel de todos sus pecados" (Salmo 130:7-8).


Como la gracia redime todo pecado sin excepción, el perdón otorgado es irrevocable. Ninguna falta será tan grande como los pecados cometidos antes, pues pecaba como impío, rebelde y enemigo de Dios. Ahora, en cambio, el pecador perdonado será tratado como hijo, será castigado, pero no para destrucción sino para corrección: "Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, cuánto más, ya reconciliados, seremos salvos por su vida" (
Romanos 5:10).

Es cierto que el pecador creyente tiene el pecado delante de sus ojos, experimenta un sentido constante de la maldad de su corazón, pero Dios lo ha tomado y echado tras Sus espaldas, no los ve, nunca más recordará para acusarnos.


El pecado se comete contra Dios, pero si El no acusa entonces nadie más tiene derecho de hacerlo. Hay algunos que se atreven ha acusar, pero no tienen derecho. Lo hagan o no con derecho, aun así tenemos una respuesta que cierra la boca a nuestros acusadores: Que Cristo se hizo responsable de nuestros pecados. Pagó por ellos: "En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados, según las riquezas de su gracia" (Efesios 1:7).

Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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