"Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano" (Juan 10:28).
La vida eterna es un don de Cristo. Por su amor y gobierno estamos seguros contra todo peligro. No es el mérito de nuestras obras sino el fruto de Su bendita Gracia: "Porque la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Romanos 6:23). Observa los términos del texto.
Pecado y muerte son semejantes a obras y paga, pero vida eterna es un donativo, no por méritos de quien recibe, sino por la bondad del Dador.
Obras que necesitan perdón no merecen gloria. Es cierto que hay presencia de obras en la vida cristiana, pero no como causa de, sino como consecuencia de. Dios primero justifica, luego santifica y por último glorifica: hay un orden.
La justificación es la causa fundamental de la vida eterna, la santificación es el comienzo o introducción en ella, y ambas son obtenidos por Cristo. Lo primero es obtenido por Su sangre y lo segundo obrado por Su Santo Espíritu.
Nótese que Su oficio es básicamente dar, pero no riquezas terrenales, ni poder material, ni honores transitorios, sino vida eterna. Este fue el gran fin ordenado por el Padre.
Aun así habrán muchos que vienen a Cristo en busca de asuntos materiales: "Le dijo uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia" (Lucas12:13). Tales peticiones no son aceptadas por nuestro Mediador, porque el Señor ama dar bendiciones de acuerdo a la naturaleza de Su ser, El vive para siempre y da vida eterna a los elegidos. Aprende, pues, cómo definir tus peticiones: "Acuérdate de mi, oh Jehová, según tu benevolencia para con tu pueblo. Visítame con tu salvación, para que vea el bien de tus escogidos, para que me alegre con la alegría de tu pueblo, para que me gloríe con tu heredad" (Salmo 106:4-5).
Nuestro estado celestial y glorioso es denominado: "Vida eterna". No solo implica existencia por siempre, sino también quietud y felicidad.
La vida es la posesión más preciosa de las criaturas, y no hay felicidad sin ella; más aún, todos nuestros consuelos comienzan y finalizan con la vida. La vida es mejor que el alimento: "¿No es la vida mas que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?" (Mateo 6:25). Para un hombre muerto resulta igual que le den a beber veneno como un estimulante.
Y es vida eterna, no como la terrenal que es un vapor que pronto se disipa con el calor abrasador de este mundo.
Nuestra vida presente es como una lámpara que esta casi apagándose; bajo el poder de cualquier bandido o asesino. En cambio la que da Cristo es eterna, una vida atada a la felicidad; una vida que nunca se gasta ni jamás cansará. Tan diferente a la vida terrenal -la de aquí se hace cada vez más pesada a medida que pasan los años- el poder de disfrute se acaba con ella, como dice Salomón: "Antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: "No tengo en ellos contentamiento" (Eclesiastés 12:1). En algunos será un peso tan grande que desearán y pedirán que sus vidas terminen pronto, otros optan por el suicidio para salir de ella.
Pero en la eternidad no es así ya que cada día será mas hermoso que el anterior, como dice un santo: "Mejor es tu misericordia que la vida". Los hombres han maldecido el día de su nacimiento, pero nunca el día de su nuevo nacimiento, porque todos y cada uno de los que ha saboreado la vida de Dios nunca se cansan de ella.
Esta vida es empezada y traída por grados. Uno comienza a vivir tan pronto Cristo empieza a vivir en uno por medio de Su Espíritu y Su palabra; desde ese momento se inicia el indetenible viaje hacia el cielo porque la simiente de vida no puede ser destruida.
La vida natural puede extinguirse, pero no la de gracia, como está escrito: "Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos mora en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos también dará vida a vuestros cuerpos mortales mediante su Espíritu que mora en vosotros" (Romanos 8:11).
Amén
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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