“Llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5).
Esto pudiera llamarse el avance o progreso de la victoria. Cristo trae los hombres a la obediencia a El mismo, los convierte en ciudadanos de Su propio reino, el reino de los cielos.
No solo son vencidos, sino también pasan del lado de Cristo para luchar a favor de la verdad. Muchos vienen llenos de falsos argumentos, conocimientos mal aplicados pero que luego son utilizados en forma correcta al servicio del Evangelio.
Bendita victoria donde el conquistador y los conquistados celebran juntos el triunfo, El reparte el botín con aquellos que en otro tiempo eran sus enemigos: “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. Y glorificaban a Dios en mí” (Gálatas 1:23). Cristo gobierna sobre todos aquellos a quienes El ha conquistado, sus almas son sometidas al Evangelio.
Consideremos cómo el Señor Jesucristo gobierna, cómo rige sus almas y ejerce autoridad de Rey sobre los cristianos.
Lo primero es que impone nueva ley y ordena fiel obediencia a ella. El alma era satánica, pertenecía a Satanás y no tenía reglas en sus deseos o codicia. Podía desear lo que quisiera con tal que no se “opusiera a los otros”, su ley era la codicia: “Porque en otro tiempo nosotros también éramos insensatos, desobedientes, extraviados. Esclavizados por diversas pasiones y placeres, viviendo en malicia y en envidia. Éramos aborrecibles, odiándonos unos a otros” (Tito 3:3).
Si la carne quería algo y los apetitos sensuales se lo concedían, entonces adelante, sin importar costo ni peligros; el asunto era proporcionar placer.
“Pero ahora” pues hay un “pero ahora”. Ahora están bajo la ley de Cristo, y estos son algunos de los artículos del tratado de paz, lo cual el alma gustosamente firma en el día de la misericordia: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”(Romanos 8:2).
Es cierto que la ley de Cristo es estricta. Hay reglas para todo, pero no esclavitud. Un acto, para considerarse voluntario, debe hacerse con libertad, de otro modo seria imposición. Las obras de los cristianos deben ser hechas con sinceridad y libertad, pues de otro modo no serían aceptas delante de Dios. Dirá alguien: Si hacemos pecado, ¿gustosamente hay libertad? No, porque el pecado es hecho bajo engaño. Satanás ofrece felicidad a pecadores cuando en realidad los hunde en las miserias del infierno.
La ley de Cristo está escrita en la conciencia del cristiano y en la Biblia, lo cual hace de la obediencia un placer y la negación a sí mismo fácil: “Este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos’ (1 Juan 5:3).
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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