"Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha" (Juan 18:10).
Pedro vió al Maestro en peligro y en celo por Jesús reaccionó con violencia. No es extraña la reacción de Pedro, tanto él como los otros discípulos habían prometido al Señor su disposición de dar la vida por El, y sabemos que dentro del grupo Pedro siempre fue el delantero, y así también fue el primero en defenderlo. Se habían preparado teniendo consigo dos espadas, según su interpretación muy particular de las palabras de Cristo: "El que no tiene espada, venda su manto y compre una" (Lucas 22:36).
Pedro tuvo espada y lo que hizo fue bueno en parte, porque evidencia su amor, confianza y celo por Cristo, siendo doce tenían dos espadas contra una multitud, estaban seguros de que Jesús era capaz de vencer al enemigo aun con su desventaja. Lo malo fue que actuó violentamente. Pedro tenía espíritu impulsivo, Jesús le amonestó porque quiso librarlo de la muerte.
Antes Jesús había hecho rodar por tierra a Judas y acompañantes con tan sólo hablarles, no necesitaba espada para vencer; en ese momento Pedro perdió la razón. El fue un gran apóstol, pero no quita que seguía siendo un hombre.
Ahora bien nadie entienda que esto justifica el carácter precipitado de cualquier cristiano, no, de ninguna manera, Jesús lo reprendió. Si tú caminas con Cristo con tal temperamento, Cristo se levantará contra ti. Nótese: "Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado ¿No la he de beber?" (v.11).
No será extraño que buenos hombres lleven una buena causa de manera imprudente.
No querremos nunca tener una grandeza de espíritu semejante, no quiera nadie ser como Pedro, más bien anhelemos ser como Jesús. De todos modos el Señor le frenó, como si le hubiese dicho: Yo no quiero que tú seas un peleador, sino un predicador. Y lo mismo hará nuestro Salvador con los suyos que sean como Pedro, porque así está prometido: “Que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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