domingo, 20 de febrero de 2011

Meditación del 20 de Febrero

"De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien" (1Pedro 4:19).

Cuando es dicho con ligereza que se haga la voluntad de Dios, será hecha forzadamente y de último, pero hacerla bien requiere que sea libre y de primero. Si una ciudad ha sido sitiada y después de muchos ataques es capturada, la ciudad no se rindió, sino que fue vencida. 
Tampoco puede decirse que nos hemos encomendado a la voluntad de Dios si para ganar Dios tiene que darnos martillazos hasta quebrar la voluntad. 
De manera que una cosa es que nos quiebren la voluntad y otra que la hayamos cedido libremente a Dios. Cuando a Faraón se le agotaron los recursos para impedir la salida de los israelitas, entonces renunció a su voluntad y los dejó salir: "E hizo llamar a Moisés y Aarón de noche, y les dijo: Salid de en medio de mi pueblo vosotros y los hijos de Israel, e id, servid a Jehová, como habéis dicho" (Exodo 12:31).

Resignó su voluntad a la de Dios puesto que no podía hacer otra cosa. Hacer la voluntad de Dios o encomendarnos a Su voluntad, no es hacerlo forzado ni al final, sino libremente y desde el principio. Jesús no dijo: "Mi Padre me ha mandado a beberla, sino: "¿No la he de beber?" (v11). Sus palabras denotan una firme resolución. No de último, sino libre y de primero. No mencionó la necesidad de honrar las Escrituras, sino la voluntad del Padre. Tuvo en consideración las Escrituras y eso es obvio por Sus palabras, pero la esencia es que cumplió la voluntad del Padre por un principio de amor. 
Semejante lenguaje encontramos en José cuando fue tentado: "¿Cómo, pues, haría yo esta gran maldad y pecaría contra Dios?" (Génesis 39:9).
 
En las palabras de Cristo hay algo más que simple obediencia. 
Es como si dijera: "Es mi Padre, El me ha mandado a beber esta copa, ¿cómo no la beberé?" El amor debiera mover la obediencia de cualquier cristiano. El amor es el cumplimiento de la Ley. Así fue en Cristo, en los apóstoles y en todo verdadero creyente.

¿Cuándo hacer esta encomienda de nuestras almas a Dios? ¿Haciendo qué cosas nos resignamos a la voluntad del Padre? 
La respuesta en sentido general es esta: "Cada día muero" (1Corintios 15:3). Es una obra diaria, pero especialmente frente a los sufrimientos; Pedro particulariza así: "De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien" (1Pedro 4:19).

Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org

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