“Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres.” (Tito 3:2)
La mansedumbre es gracia que ennoblece; proporciona honorabilidad triunfante, hermosa, primorosa, valiente y ejemplar. Y además es placentera, beneficiosa, y por último de singular ayuda en esta vida como preparación al mundo por venir. Recordemos lo que es y cómo opera: Cuando somos injuriados u ofendidos nos sentimos amenazados, el instinto natural nos pone en pie de guerra, pero allí la mansedumbre inicia su trabajo, cuando la ira inflama los sentimientos de venganza.
Su obra consta de cuatro partes, a saber: deliberar, calmar, amarrar la lengua y enfriar los sentimientos. Trabajo operado bajo luz del Cielo.
Decimos esto porque hay una luz de la tierra y otra de arriba.
No es un secreto que cuando nos vengamos u ofendemos a quienes entendemos se lo merecen, experimentamos una sensación de agrado, pero esto es un placer animal, como la fiera cuando se satisface con su presa. Nos sentimos bien pero no hemos hecho bien, porque la venganza es una prerrogativa divina. Además no se ha contribuido en nada al amor, lo cual procura el bien ajeno. Se actuó como hombre, no como santo.
En cambio, cuando nos defendamos como mansos, haremos el bien y recibiremos la satisfacción que da el deber cumplido.
En este mundo hay muchas buenas cosas que proporcionan placer. Placer en lo que vemos, lo que a veces oímos, y en lo que sentimos, pero el mayor de todos es el placer que se levanta en nuestro fuero interno, el gozo del corazón.
La mansedumbre tiene la tendencia de producirlo, allí donde el deleite puede ser más intenso y duradero.
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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