martes, 1 de febrero de 2011

Meditación del 1 de febrero

“Vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque sea probado con fuego, sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo” (1 Pedro 1:7).

De la excelencia de la fe. 
Entre todas las gracias es la más insignificante de todas, porque no es un acto en sí misma sino un instrumento. Tiene vida temporal porque en el cielo ya no es necesaria -no como el amor o la humildad que son para siempre- de ahí que, en comparación, tiene menos valor que las otras. Un sello de cera tiene mucho menos valor que una pieza de oro, aun así puede ratificar el pacto que la pieza de oro no puede.

La parte de Dios en el pacto es misericordia y la nuestra es solo fe. Es maravilloso que la fe es lo que confirma el pacto de Dios con los creyentes, y que a su vez el pacto sea una promesa: "Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu" (
Gálatas 3:14). La fe es lo que contesta, cumple y satisface todas las demandas y exigencias que el pacto de Dios hace a los creyentes. Que el pacto no dependa de nosotros, sino de Dios y sus promesas; de parte nuestra solo recibir lo que El da en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Entonces, las obras de obediencia estarán por necesidad en los justificados, pero no para justificarlos. El calor es tan necesario en el Sol como la luz, pero no es el calor lo que hace el día, sino la luz. 
Las obras de obediencia son necesarias para la posesión de salvación, pero la fe en Cristo, es lo que da título y derecho de hacerlas por amor a Dios y ser aceptas delante de El: "Porque por gracia sois salvo por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparo de antemano para que anduviésemos en ellas" (Efesios 2:8-10).

La fe es como el sello con que timbramos una carta, la obediencia es como la carta. La carta sin sello no llegará a su destino, tampoco las obras de bien sin fe no son recibidas por Dios.

La fe es lo que da valor a todo. La fe es madre de todas las gracias.

Amén.
P.Oscar Arocha;
www.ibgracia.org

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