“Pero yo miraré a Jehová; esperaré en el Dios de mi salvación. ¡Mi Dios me escuchará!” (Miqueas. 14:7).
Cuando las cosas se hallan en confusión espiritual, el pueblo santo no debe desmayar sino ver a Dios. De no hacerlo sería amarga evidencia de tener un corazón insensible al estado y condición adverso de la iglesia.
El profeta había analizado la situación que le había tocado vivir y concluyó con gemir desde lo profundo de su alma, un dolor espiritual intenso, además no había hombre o mujer en quien confiar, como si todas las puertas se hubiesen cerrado, de ahí su conclusión: “Yo miraré a Jehová; esperaré en el Dios de mi salvación” (v7). Esto es, que si al mirar o buscar ayuda de las criaturas nos lleva a frustración o desconcierto, entonces tenemos más que razones para mirar, espera o confiar en nuestro Dios.
Al examinar las palabras del profeta vemos que apoyó su alma en dos asuntos. Dijo: “Yo miraré a Jehová”: estoy seguro que Su presencia estará conmigo. En el Nuevo Testamento la promesa es más clara: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
Miqueas agregó: “Esperaré en el Dios de mi salvación”; confiado en el amor de Dios con él como creyente. El Señor ha hecho suficiente provisión para tal época.
Hay dos promesas para ti:
Su presencia.
El Señor ha asegurado a su pueblo dar salida segura a los suyos, aun en medio del mayor peligro, dificultad o desespero.
Su amor.
En medio de confusión moral o espiritual, el pensamiento casi obligado es que nos ha llegado fatalidad, ha ocurrido lo peor, el Señor se ha olvidado... Eso dice la mente carnal, natural, que sólo se informa por los sentidos, pero cuando instruimos nuestros corazones con la palabra de fe, el asunto toma un color muy diferente, la situación se torna de amargo a dulce, y tal verdad es lo que dice la palabra de este texto: “Yo miraré a Jehová; esperaré en el Dios de mi salvación.”
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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