domingo, 13 de febrero de 2011

La gloria de Dios

INGREDIENTES PARA GLORIFICAR A DIOS
Resumen del sermón pronunciado por el P.Alvaro Rodríguez en IBG, para meditar.

Filipenses 1:9-11

Iniciando la carta a los Filipenses, Pablo menciona su gratitud por la comunión que tienen en el evangelio ellos y él (v.3-8), y es notorio el interés de Pablo en resaltar esta relación: no escatima tinta en decir cómo ellos son motivo de constante gozo y preciosos recuerdos. Este amor sigue presente incluso en medio de la separación, Pablo sabe que su pasado juntos no es alto que deba olvidarse: las relaciones que Dios permite en el evangelio tienen un propósito glorioso y sirven, a pesar de que algunas de ellas puedan estar en el pasado. 
Ahora bien, Pablo reconoce que entre los filipenses y él mismo hay un propósito: no es una relación vaga y vacía en la que nadie sale beneficiado. Pablo no pierde la sobriedad al hablar con este pueblo, sino que les dice lo que ellos necesitan oír, sintiendo lo que ellos necesitan que él sienta por ellos. En otras palabras, Pablo les trae seguridad de su cariño por ellos y les dice que, en consecuencia, les dirá lo que necesitan oír. Por esta razón, a partir del v.9 hemos de prestar mucha atención a las palabras del apóstol.
El primer ingrediente que Pablo menciona es el amor (v.9). El verdadero crecimiento en el cristianismo inicia con mayor amor a Dios y mayor amor por los demás. Notemos que los filipenses ya tenían amor en sus corazones: ¡eran cristianos! Esto implica que  debían luchar por tener en sus corazones un cada vez más genuino amor –y así nosotros.
Existe, además, una segunda implicación: el verdadero conocimiento de Dios se expresa en amor por Dios y por el prójimo: ¡éstos son los dos más grandes mandamientos! El verdadero conocimiento de Dios, entonces, implica una vida de devoción y entrega por y para Dios: si no hay amor, de nada sirve todo lo demás (1 Corintios 13:1-3). La meta suprema es vivir por amor. Y, ¿cómo conseguir este amor? Este amor nos es dado por Dios, a través de su Espíritu: Él nos amó primero.
Ahora bien, hemos de notar que este (tan importante) amor debe crecer en conocimiento verdadero y en todo discernimiento. En otras palabras, el amor debe estar cimentado, arraigado, en el conocimiento de Dios, expresado en procurar mayor conocimiento de Dios. Es interesante que –contrario a lo que pensaríamos–, Pablo no dice que nuestro amor  abunde en canciones y saltos y gritos, sino en un mayor conocimiento de Dios. Este amor no es irracional, infantil o romántico: es un amor bien fundado en el conocimiento de Dios y bien alimentado por éste. 
El segundo ingrediente podemos llamarlo excelencia (v.10a). Si nos apartamos un poco, podemos ver la visión global: el amor verdadero, fundamentado en bien conocimiento y discernimiento, lleva a escoger lo mejor. ¿Por qué? Simple: el amor de Dios, que ha sido derramado en nuestros corazones, no es un amor carnal, sino el mismísimo poder de Dios para que le glorifiquemos, le amemos… Así, este amor se apodera de nuestra voluntad y de nuestra mente, buscando agradar al que amamos –no a nosotros mismos.
Ahora bien, un dato interesante es que la palabra traducida como “aprobar” es la misma palabra griega usada para referirse a probar los metales, o a conocer el estado del clima. Esta palabra no es relativa: hace referencia a discriminación concienzuda. 
Ésta es la manera en que el amor de Dios actúa en nosotros: nos hace escoger lo que es absolutamente mejor, aquello que nos lleva a agradar a Dios, a estar más cerca de Él. No hay otra alternativa, no podremos escoger en base a lo más conveniente o en base a lo que otra persona guste. 
Este amor, saturado de conocimiento bíblico, mueve a decidir siempre a favor de lo que tiene que ver con Dios. No basta tener una buena cabeza: es necesario tener buen corazón. El asunto no está en escoger entre lo bueno y lo malo, sino entre lo bueno y lo mejor. Asegurémonos de escoger aquello de lo que nunca nos arrepentiremos de haber elegido. No nos hagamos las preguntas mínimas, las mediocres y superficiales.
Un tercer ingrediente es la pureza, la integridad (v.10b). El propósito es que los filipenses fuesen puros, sinceros e irreprochables en el día de Cristo. Amor en conocimiento lleva a escoger lo mejor; lo cual, a su vez, conlleva que seamos más puros, sinceros, genuinos, ante Dios. Y mantengamos a la vista nuestra meta: el día de la venida de Dios. ¡No hay día más importante que ese último día, el día que la novia se presente hermosa, esplendorosa, radiante, ante el novio! ¿Acaso no querremos ver la cara del Novio deslumbrada en admiración por Su iglesia? Una sola mirada, una sola expresión y una sola palabra de Cristo bastará para llenar de gozo el corazón y para hacer que todo lo que hayamos podido pasar en esta vida haya valido la pena. Ese día, explotaremos de satisfacción de haber vivido para Él, todo cobrará sentido.
Nuestras elecciones y decisiones tienen trascendencia e importancia. Buscar la pureza delante de Dios, trabajar a través de los medios de gracia y permitir que Dios trabaje en nuestras impurezas y mentiras y pecados, es el mejor trabajo al que podemos dedicarnos en esta tierra todos los días de nuestra vida. 
Por tanto, presentes o ausentes del Señor, anhelemos serle agradables. Esto va más allá de ser, simplemente, “cristianos”. Para este estándar no basta parecer: es mucho más que eso. Muchas veces, el cristianismo se vuelve muy superficial y los afectos profundos se van perdiendo.
En cuarto lugar, agregamos el ingrediente de las buenas obras (v.11): al final, hemos de permitir que la justicia y los méritos en Cristo Jesús sean visibles en nosotros. Antes, nuestros frutos eran de maldad, pero ahora es nuestro deleite hacer el bien y ser de bendición a otros, por medio de Jesucristo: hemos sido regenerados y creados en Cristo Jesús para producir buenas obras para Él. ¡Estas cosas no nos dejarán vivir ociosos! Nuestra meta no es la paz y tranquilidad externa, sino el glorificar a Dios con nuestras obras, lo cual puede implicar riesgos. Es increíble la cantidad de consecuencias eternas que una llamada por teléfono, que un consuelo, que una dádiva monetaria, que un abrazo pueden tener.
Una vez horneado ingredientes, obtenemos la glorificación y alabanza de Dios. La gloria de Dios es hecha manifiesta en nuestras buenas obras, que ocurren por medio de nuestra integridad, la cual es hecha posible por medio de la excelencia en las decisiones, que ocurre gracias a un amor cimentado en un fuerte conocimiento de Dios. El crecimiento y la formación de Cristo en el creyente es tan importante que puede ser comparado con el trabajo de parto. ¡No abortemos! ¡No nos quedemos a medias!
Demos gracias a Dios por habernos traído hasta donde estamos. Y confesemos y pidamos perdón por nuestro conformismo, por nuestra falta de desarrollo espiritual. ¿Hacia dónde se vierten nuestras energías, nuestro tiempo y nuestras oraciones? 

16 enero 2011
P.Alvaro Rodríguez, Iglesia Oasis en Santiago.

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