miércoles, 1 de septiembre de 2010

Meditación del 1 de Septiembre

"Jesús clamó a gran voz, diciendo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46).


Una esposa sufriría si es abandonada por su marido, porque lo natural es que el marido esté, la consuele y sustente; ellas sufren mucho por el desamor de ellos.

Para Cristo lo natural fue disfrutar del consuelo y solaz de Dios Padre, por eso gritó con tanta vehemencia: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?". El sentido de amor y consuelo del Padre le fue retirado, no se quejó que los discípulos le abandonaran sino que Dios lo dejara, ahí su dolor del alma.

Por causa de este abandono Cristo mucho sufrió, porque los hombres pierden tan sólo una gota de disfrute cuando les falta algo pero Cristo, al no tener el consuelo del Padre, perdió un mar de consuelo. Mientras mayor el disfrute, mayor es el dolor por la falta o pérdida.

Perder la luz de una linterna es poca cosa, pero perder la luz del sol es una desgracia.

Para Cristo, Dios-Hombre, su pérdida era mayor que cualquier otra imaginable. Y sin embargo, a pesar de sus dolores no renunció a su oficio.


Los hijos de Dios solo han conocido una pequeña porción del amor de Dios que ha sido derramado en sus corazones, y prefieren perder la vida y todo el mundo que ser separados del Señor. Cristo como Dios-Hombre tenia un entendimiento puro, afecciones celestiales y excelentes contemplaciones del amor divino, el dolor suyo es incomparable con el dolor que podamos imaginar cuando fue abandonado por Dios Padre. Como no conocemos ese valor, tampoco somos sensibles al dolor de tal desamparo.

Además, las aflicciones de Cristo fueron mayores que las de un creyente, porque los dolores del creyente son para prueba o corrección pero los del Señor fueron para dar satisfacción a la justicia divina, recibir en su ser la venganza de Dios contra nuestros pecados. Si los hombres luego buscan venganza, cuánto más debiera hacerlo Dios contra seres que han pecado en Su contra.

Por nuestras faltas Cristo fue temporalmente abandonado para luego ser recibido por siempre.


Cristo sufrió en lugar del pecador y todos los dolores del pecado cayeron sobre El, había una deuda de los transgresores para con Dios y el cobro debía ser saldado en su totalidad, se requería restitución completa de la suma adeudada. La justicia divina cayó con todo su peso sobre el ser del Señor Jesús en cobro por nuestros pecados.

El peso del pecado cayó todo sobre El: "Mi alma está muy triste, hasta la muerte."(Mateo 26:38). Los efectos de sus aflicciones fueron claramente vistos en el sudor de su cuerpo: "Su sudor era como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra."(Lucas 22:44).

Marcos dice: ".... comenzó a entristecerse y angustiarse."(Marcos14:33).

En otro lugar leemos: "Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente."(Hebreos 5:7).

Sus sufrimientos fueron parte del fuego en el cual nuestro sacrificio fue quemado, al ser Jesucristo crucificado por la voluntad de Dios: "Hecho por nosotros maldición."(Gálatas 3:13).


Solemos tener pensamientos muy débiles del pecado y de la ira de Dios que el pecado merece. Cristo tiene otros pensamientos del mal y su castigo. Cuando Dios viene a tratar con El en nuestro lugar, nosotros, que no conocemos el poder de la ira de Dios, no somos afectado con ella, porque nuestro entendimiento es muy débil con tal ira. Pero cuando el Padre cayó sobre Jesús con toda su fuerza, esto fue propiamente como dice el profeta: "Las aflicciones de su alma."


Aprendemos la grandeza de la obligación que tenemos con Cristo. El fue molido en nuestro lugar. La justicia divina lo decretó así: Hijo, tu debes tomar un cuerpo de hombre y sufrir. La sangre humana debe mancharte, debes ser formado como uno de ellos, sufrir, ser tentado, ser desamparado por Dios Padre, y soportar mi ira; y he aquí su respuesta: "Entonces dije: He aquí que vengo oh Dios, para hacer tu voluntad."(
Hebreos 10:7).

!Oh cuán amante Salvador es el Señor Jesucristo!


Cualquier queja, murmuración o impaciencia bajo la cruz que nos haya puesto el Señor, es signo de que no tenemos el debido sentido de los sufrimientos de Cristo y que valoramos y amamos muy poco lo que El padeció en nuestro lugar.

No fue asunto fácil reconciliar pecadores con Dios; costó a Cristo un mar de dolores y aflicciones, el terrible peso de la ira del Creador con todas sus fuerzas sobre El.

Somos excesivamente descuidados con la salvación de nuestras almas, algo que para Cristo fue muy difícil, duro y doloroso, salvarnos del dominio del pecado y llevarnos a tener comunión con Dios.

Sea, pues, la exhortación apostólica para ti y para mí: "Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor".


Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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