viernes, 10 de septiembre de 2010

Meditación del 10 de Septiembre

"Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese" (Juan 17:4).

Este versículo es parte de la oración sacerdotal de nuestro Salvador, hecha horas antes de Su muerte. Es notable que el Señor Jesús, por Su fidelidad y pureza, camina hacia este sacrificio de forma confiada, de donde aprendemos que para morir bien, antes debemos vivir bien, o que para morir consolados y en paz, hemos de tener como nuestro mayor cuidado en glorificar a Dios mientras estamos sobre la tierra.


¿Cómo glorificar a Dios en todo?

En relación con las criaturas la gloria de Dios tiene dos aspectos: Por un lado es pasiva, o que Dios se glorifica a Sí mismo sobre ellas, es activa cuando la criatura de forma consciente y voluntaria busca honrar la Palabra del Señor. Como ejemplo de gloria pasiva: "Ciertamente la ira del hombre te glorificará" (Salmo 76:10).

Faraón fue levantado para mostrar la gloria de Dios; tal como el poder y valor de un gobernante se manifiesta en la rebelión de los súbditos, y la destreza de un médico por lo grave de una enfermedad. Tal manera de glorificar sólo glorifica a Dios, pero no beneficia al hombre.

La gloria activa, en cambio, es cuando nos entregamos de corazón a hacer lo que Dios manda para que El sea magnificado y tenido en cuenta entre los hombres: "El que sacrifica alabanza me honrara" (Salmo 50:23). Las alabanzas o el reconocerle en público como en privado son una forma de dar gloria. Las cosas en la creación manifiestan el poder y la deidad del Creador, pero nosotros como criaturas racionales y redimidas podemos hacer más que eso, podemos hablarla, cantarla y explicarla a otros hombres como una invitación a que hagan lo mismo: "Te alaben, oh Jehová, todas tus obras; Y tus santos te bendigan" (Salmo 145:10).

También, cuando sujetamos nuestra voluntad a la Suya, porque nuestras obras glorifican más al Señor que nuestras palabras: "Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre, de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo" (2Tesalonicenses 1:11-12).


Muchos podrán hablar buenas cosas de Dios, pero si sus corazones no están sujetos a Él entonces honran a Dios con sus alabanzas pero le deshonran con sus vidas.

Dios es muy glorificado en la obediencia de las personas. También le glorificamos cuando estudiamos cómo agradarle: "Para que andéis como es digno del Señor, a fin de agradarle en todo; de manera que produzcáis fruto en toda buena obra y que crezcáis en el conocimiento de Dios" (Colosenses 1:10).

Es una honra para el maestro cuando sus alumnos se esfuerzan en complacerle.


En la providencia podemos glorificarle, por ejemplo cuando preferimos Su gloria a nuestra comodidad, Su honra que nuestra complacencia.

Así fue con Cristo: "Ahora está turbada mi alma. ¿Qué diré: Padre, sálvame de esta hora? ¡Al contrario, para esto he llegado a esta hora! Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: ¡Ya lo he glorificado y lo glorificaré otra vez!" (Juan 12:27-28).

Los hijos de Dios deben tener siempre presente que están para anunciar las virtudes de Cristo en este mundo, y así como hay empresas que anuncian sus productos entre los clientes por medio de los comerciales de TV, del mismo modo los creyentes: "Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable" (1Pedro 2:9).

La vida de un Cristiano fiel es un himno viviente a Dios.


Quiera el Señor darnos Su bendición y que cuando lleguemos al final de la jornada, a la hora de la muerte, podamos decir sin fingimiento como dijo el apóstol:

"Porque nuestro motivo de gloria es este: el testimonio de nuestra conciencia de que nos hemos conducido en el mundo (y especialmente ante vosotros), con sencillez y la sinceridad que proviene de Dios, y no en sabiduría humana, sino en la gracia de Dios" (2Corintios 1:12).


Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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