"Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad" (Santiago 2:12).
La Ley en las manos de Cristo es una ley de libertad.
¿Qué es una ley?
"No estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo" (1Corintios 9:21). Toda ley tiene un yugo, pero el del cristiano es ligero y fácil de llevar. Es cierto que no hay rigor, pero sí una beneficiosa regla: "Oh hombre, el te ha declarado lo que es bueno" (Miqueas 6:8).
La aceptable voluntad de Dios es descubierta en la Ley y la parte moral de las Escrituras no es sino el comentario de ella. Es imperativo, pues no hay ley que no sea obligatoria por definición: "La ley es santa y el mandamiento justo, santo y bueno" (Romanos 7:12).
Requiere obligación perpetua, pues si la ley no fuera obligatoria entonces no habría pecado, ya que "el pecado es transgresión de la ley" (Juan 3:4).
La conciencia natural se sentiría ofendida por esta doctrina, haría que el crimen, el incesto y el adulterio no fueran pecado. Por esta razón la ley no es sino un vano concepto de ciertos hombres profanos quienes piensan tontamente que el evangelio nos libra de la obligación de la ley, porque hemos sido librados de la maldición de ella.
De ser así todas las obras serian adoración voluntaria y el pecado un pasatiempo inofensivo.
Hay un tratado o convenio de libertad comprado por Cristo.
Hemos sido librados de la ley, como un pacto de obras. No estamos atados al rigor y exactitud que requiere. La vida y la gloria no han sido ofrecidas en términos tan estrictos. Hemos de procurar exactitud en la obediencia, pero no para desesperar si no lo alcanzamos.
La exactitud de obediencia es por amor, aunque no para salvarnos. Un buen corazón no puede ofender al buen Dios sin dolerse por la ofensa. Tenemos más ayuda y ventaja, por esto debemos ser cuidadosos con el deber: "Si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos" (Filipenses 3:11).
La obediencia requerida no es como sirvientes, sino como hijos: "Y los perdonaré como el hombre que perdona a su hijo que le sirve" (Malaquías 3:17).
Libertados somos de la maldición y de la condenación. La ley puede condenar las acciones pero no las personas de los creyentes. Para ellos el juicio es sobre las cualidades de las obras, no sobre la personas. Ellos, nos dicen las Escrituras: "Están muertos a la ley (Gálatas 2:19).
Por eso dice el apóstol: "Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús" (Romanos 8:1).
Somos librados de la ira de la ley: "El pecado tomando ocasión del mandamiento" (Romanos 7:8). Cuando al corazón carnal se le prohíbe algo, entonces aumenta su deseo, se pone peor, como las aguas cuando su curso normal se detiene que se desbordan. Pero el corazón en la gracia, humilde se somete y es motivo suficiente para el deber.
Somos librados de la esclavitud y el miedo. Por naturaleza todos los deberes del humano son hechos por un principio de esclavitud: "Pero no hemos recibido el espíritu de esclavitud para estar en temor" (Romanos 8:15). En el Antiguo Testamento el principio del deber y adoración era el temor: "El todo del hombre es temer a Dios y guardar sus mandamientos" (Eclesiastés 12:13). Pero en el NT el principio es el amor: "El amor de Cristo nos constriñe" (2Corintios 5:14), "Este es el amor, que guardemos sus mandamientos" (Juan 5:2).
Esto nos muestra lo ligero y fácil del yugo de la ley de Cristo, la ley de la libertad para el creyente. Para otros es ley del rigor, de muerte y esclavitud. Los creyentes podemos "servirle sin temor" (Lucas 1:57), esto es, sin miedo esclavizante. El cristiano es elevado por sentimientos santificantes, motivos de gracia y consideraciones de gratitud.
Mira a ti mismo si estás en Cristo. No te incomodes con el mandamiento, sino del pecado. Servimos al Señor Jesucristo por amor, él nos amo primero y nosotros le hemos correspondido, él es el esposo amado de nuestras almas.
Los que son de Cristo marchan bajo la bandera del amor y los privilegios del evangelio y cuando vengan a ser juzgados, lo serán por los términos del evangelio: El Juez que los juzgara será su Hermano Mayor, el mismo que murió por ellos en la Cruz del Calvario.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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