jueves, 23 de septiembre de 2010

Meditación del 23 de Septiembre

"Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere, será condenado" (Marcos 16:15-16).


Todos y cada uno de los que por un verdadero arrepentimiento y fe abandonan la carne, el mundo y el diablo, y se entregan a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, como Creador, Redentor y Santificador, encontrarán en Dios un Padre que los ha reconciliado y por causa de Cristo ha perdonado sus pecados y dado Su gracia por el Espíritu. Al perseverar en este curso de vida, serán glorificados y conocerán de eterna felicidad.
Pero quienes no creen el Evangelio serán reos de eterna perdición, condenados por toda la eternidad en el infierno.

Esta es la suma del Evangelio.


Pablo expresa: "Y sabéis que no he rehuido el anunciaros nada que os fuese útil, y el enseñaros públicamente y de casa en casa, testificando a los judíos y a los griegos acerca del arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesús" (
Hechos 20:20-21).

Aunque quizás usó diferentes colores para presentar el cuadro, Pablo siempre predicó lo mismo, arrepentimiento hacia Dios y fe en Jesús.

No olvidemos la propia experiencia al llevar el Evangelio a otros, cuando el Evangelio llegó, nos encontró en un estado donde no interesaban para nada las cosas de Dios ni mucho menos el disfrute en una vida de piedad.

Fue necesario que nuestros intereses cambiaran y que una nueva forma de gobierno viniese sobre la voluntad.

A causa del pecado, de nuestro amor a las criaturas, lo espiritual no tenía sabor agradable, tales cosas estaban asociados a la idea de algo inútil y sin provecho.

Así que lo más simple y necesario para la paz es el arrepentimiento hacia Dios.


Pero aún siendo lo mas necesario no es suficiente, y no es suficiente porque el desafecto es mutuo: nos hemos olvidado de Dios y El nos aborrece, por lo tanto es necesario volver a El y que El se agrade en recibirnos.

Por el arrepentimiento nos volvemos al Señor y por la fe en Cristo nos volvemos algo agradable. El pecador ha ofendido al Creador, para reconciliación necesita desagraviar al ofendido y restituir lo dañado. Ambas cosas son necesarias.


La ofensa contra Dios requiere restitución. Esta restitución a Dios es lo que la Escritura llama fe o creer en Jesucristo: "A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que el sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús" (
Romanos 3:25-26).

Cuando por el arrepentimiento nos volvemos a Dios, hemos de aplicar a Jesucristo a nosotros mismos por medio de la fe, como un medio de obtener el fin que buscamos.

Por el arrepentimiento tomamos a Dios como nuestro Dios, nos volvemos al Creador.

Por la fe tomamos a Cristo como nuestro Príncipe o Gobernante, y Salvador.


Quienes ganan almas para Cristo tendrán reconocimiento de Dios en el día de gloria. Cuando una persona es traída a salvación, los santos se gozan y también los ángeles, pero mucho más Cristo; se deleita cuando ve la prueba y poder de Su muerte en los que ha ganado para Dios. También hay alegría personal al ganar un alma: "Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, gozo o corona de orgullo delante del Señor Jesucristo en su venida? ¿Acaso no lo sois vosotros?" (1Tesalonicenses 2:19).


¿Deseas ir al cielo sin tener en tu haber ningún alma para presentar a Cristo? ¿Has pensado en lo que será entrar en la eternidad sin que haya nadie salvado por tu esfuerzo?


Si al considerar esto ningún sentido de vergüenza o humillación se levanta en tu corazón que reprenda tu indiferencia o irresponsabilidad, entonces con toda solemnidad te exhorto a ir a la cruz de Cristo y que estudies nuevamente cuáles son tus responsabilidades.

Considera la historia de la mujer samaritana, Dios está preparado para bendecir el humilde esfuerzo de Sus hijos:

"Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones. Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:19).


Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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