miércoles, 22 de septiembre de 2010

Meditación del 22 de Septiembre

"Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, y tome su cruz, y sígame" (Mateo 16:24).


La cruz aquí significa toda clase de sufrimientos, desde la menor aflicción hasta la muerte física si es necesario. Esta es la ley del Cristianismo. En la mente es posible soportar toda clase de sufrimientos por causa de la verdad -el hombre interior siempre está dispuesto- pero el dolor del cuerpo nos hace opuestos a padecer por el Evangelio.

¿Por qué muchos rehúsan llevar la cruz de Cristo? Esta es la respuesta: Quienes disfrutan o aman la prosperidad terrenal son más miedosos y adversos a padecer por causa de Cristo.


Vivir en delicadezas y placeres terrenales apaga el vigor masculino del espíritu y enfría las decisiones virtuosas cuando somos asaltados con dificultades.

El hombre que ama la prosperidad es conocido porque desatiende la felicidad de su parte inmortal y atiende pecaminosamente su parte material o los asuntos de esta vida presente más que de la venidera. Ama más su cuerpo que su alma.

En realidad todos aman según su naturaleza: un gato ama una gata, un toro a una vaca; el corazón humano amará de acuerdo a su propia constitución: si espiritual, se ocupará del cuido del alma; pero si carnal, atenderá más su carnalidad.

Quien ame prosperidad tendrá por mayor tesoro la vanagloria terrenal que padecer por causa de Cristo: "Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne" (Romanos 8:5). La fe de estas personas existe solo cuando haya prosperidad, desaparecerá en las adversidades.


La prosperidad hace al hombre descuidado de los males por venir: "En mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido" (Salmo 30:6).

Gozo carnal e irracionalidad son íntimos, se engañan a ellos mismos diciendo que nunca vendrá mal al poseedor de fortuna terrenal. Olvidan que según la circunstancias en abundancia, así será su coraje en adversidad. Esto es, que si estás desprevenido en relación a males, la aflicción inesperada traerá mayor dolor cuando llegue.


Las profecías parecen referirse a esto respecto al día final, como si insinuara que la humanidad será ahogada en seguridad carnal para cuando esté cercano el día de Cristo: "Que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina" (1 Tesalonicenses 5:3).

El ultimo día será de enorme sorpresa para el impío. Nuestro Señor recomendó a los discípulos ser imitadores del sabio constructor que calculó seriamente el costo del edificio antes de empezar, para determinar si el era capaz de hacerlo.

Un hombre que ame la prosperidad está descalificado para amar a Cristo y sufrir por su causa: "Los cobardes tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda" (Apocalipsis 21:8).


La prosperidad suele incapacitar para padecer por amor a Dios por la sencilla razón de que debilita los principios espirituales de donde brotan las virtudes cristianas.

El principio universal que soporta y estimula el hombre carnal es ser feliz aquí y ahora: "Muchos son los que dicen: ¿Quién nos mostrará el bien?" (Salmo 4:6). Quieren ver la felicidad con sus ojos.

El creyente, en cambio, vive por fe. Su felicidad resulta de buscar el agrado de Dios.

La naturaleza de uno y otro hombre es diferente, uno ama lo visible o material y el otro lo invisible o espiritual.


El apóstol describe el camino de la felicidad verdadera así: "Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él" (2Timoteo 2
;11-12). Dice: "Palabra fiel", esto es, contrario a pensamientos y sentimientos de nuestra naturaleza. A la carne le parece irreal, pero el dicho es verdadero.
Cree y vivirás.


Amén.

P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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