domingo, 20 de diciembre de 2009

IV. Fe saludable: la relevancia de Cristo.

Parte final del escrito del P.David Powlison.

Al nivel más básico de la experiencia humana, sabemos que tanto tú como yo tenemos las mismas tendencias y tentaciones generales. Llegamos a este mundo con muy diferentes sabores e intensidades, pero somos mucho más semejantes de lo que pensamos. Nuestra semejanza es fundamental. Por esta razón advertimos cosas de nosotros mismos en los demás, como en los ejemplos que hemos dado antes.

Podemos ayudar a otros precisamente porque tenemos entendimiento de primera mano sobre las luchas humanas básicas: no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana (1 Corintios 10:13). Podemos ayudar precisamente porque sabemos de la gracia operativa de Dios en nosotros, exactamente lo que otros necesitan: [Dios] nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación (2 Corintios 1:4).

Por tanto, compartimos la misma cura esencial, que implica cierta clase de fe obrando a través del amor, por la gracia de Dios en Cristo. No hay distancia artificial porque tenemos la misma base común. El punto central es el corazón, el evangelio, y nuestra identificación de unos con otros.

¿COMO EVALUAR LOS “FACTORES” QUE CONTRIBUYEN?
¿Cómo pesar todas las otras variables que nos afectan? Es cierto que la genética influye en las “tendencias”, y que en el medio ambiente abundan los “disparadores”. Innumerables factores nos “influencian”. ¿Pero cuál es la causa final de cómo vivimos? Es claro que cada uno es su propia causa final. Y dicho esto, analicemos brevemente los muchos factores que contribuyen.

Todo lo relativo al cuerpo tiene influencia. Ya sean alergias o noches sin dormir, hormonas premenstruales o dolor crónico, Alzheimer o Asperger... se afecta el humor, nuestros pensamientos y acciones. Somos tentados de manera distinta a cuando estamos saludables. Por igual, es obvio que tenemos temperamentos diferentes desde que nacemos.
Algunos son proclives al enojo, otros a la ansiedad, otros al desaliento o melancolía, otros son adictos al placer, y así por el estilo. Nuestro cuerpo nos afecta de muchas maneras.
Pero ¿acaso tiene el cuerpo la última explicación, decisiva, de tus problemas personales? No. Como tampoco la tiene sobre la elección de lo bueno y sabio. El cuerpo es un factor contribuyente, una influencia. Pero no es la causa final de tu fe o de tu idolatría, de tu amabilidad o de tu egoísmo.

También influye lo que otros hacen a nuestro alrededor. Cosas como la “naturaleza”, la “crianza” juegan un rol. Vivimos en un mundo lleno de valores competitivos, con variadas privaciones y seducciones. De modo implícito absorbemos las categorías de pensamiento provistas por nuestro lenguaje así como los valores de nuestra cultura nativa. ¿Significa entonces que las experiencias de cada quién proveen la explicación decisiva a sus problemas? No. Algunas serán impactantes, pero no son determinantes.
El medio ambiente influye, pero no determina si tu vida se orienta en la dirección de Cristo o se enrosca sobre sí misma.

Muchos factores “influyen” en nosotros. ¿El clima o las estaciones, por ejemplo? Luego nos sentimos melancólicos en días lluviosos. ¿El proyecto de escuela con fecha límite de entrega? ¡Vaya que nos afecta! ¿Nuestras finanzas actuales? ¿La política nacional, la política mundial, la ecología...? ¿El tráfico del día de hoy? ¿Si nuestro equipo favorito ganó o perdió? ¡Todo influye en nosotros! ¿Pero acaso es alguno determinante para nuestras reacciones? No. Siempre habrá una mezcolanza.

La Biblia enseña que es Dios quien prepara el escenario de nuestras vidas. El es Señor de la Historia, y esto incluye tiempo y lugar, así como historia personal. Tu particular mezcla de influencias provee el contexto en que tu fe (o tu terca voluntad egoísta) se desenvuelve, en donde El te encuentra (o donde tú lo evades).
Este "darnos cuenta" es liberación. Podemos empezar a comprender que las influencias son solo factores que contribuyen y nada más, no son la causa. Dejaremos de darles mucho crédito, como si fueran raíces causales y excusas para nuestros pecados. Pero también evitaremos considerarlos irrelevantes, o ignorar situaciones y dificultades donde necesitamos sabiduría y misericordia prácticas.
Nuestra manera de vivir proviene de nuestro corazón. “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). Tu corazón es tu esencia, no algo que te sucede. Y Jesús dice que cuando aparecen acciones erróneas, la equivocación proviene “de dentro, del corazón de los hombres” (Marcos 7:21). Lo que tú eres y aquello para lo cual vives es lo que establece tu trayectoria de vida y moldea cada elección que haces.
Y allá en el fondo, todos sabemos que esto es verdad.

POR QUE FALLAN LAS TERAPIAS HUMANAS
Observa entonces la razón del por qué cada tratamiento o tipo de terapia intenta que cada quien se responsabilice de su vida. Es extraño. Pues según la terapéutica moderna, nadie es responsable real de causar sus problemas. Tu síndrome, alteración o enfermedad se debe a la genética, las hormonas o a la manera como te trataron cuando eras niño. Sin embargo, se te otorga y demanda responsabilidad final para solucionar lo que está equivocado: debieras esforzarte más; podrías elegir mejor; podrías escoger sanarte; podrías cambiar tu forma de hablarte a ti mismo.

¿Lógica del argumento humano? “Definitivamente no eres pecador. Pero definitivamente eres tu salvador."

LA TERAPIA DE DIOS
El enfoque divino es muy distinto: definitivamente somos pecadores y, definitivamente, no somos salvadores. Cuando el Padre de misericordia nos alcanza, nos apegamos a El. Y a medida que su paciente Espíritu nos transforma, nos capacita para elegir cosas mejores. Cuando el Buen pastor restaura nuestras almas, florecemos. Este Dios tan personal nos enseña a conversar con él, de modo que abandonemos el hábito de hablarnos a nosotros mismos.

C.S Lewis decía que “el amor del hombre hacia Dios es un amor necesitado; esto es obvio cuando imploramos perdón y sostén... pero a largo plazo, es más evidente en nuestro creciente -porque debe aumentar- conocimiento de que nuestro ser es una vasta necesidad; es un clamor -incompleto, preparatorio, vacío y confuso- por Aquel capaz de desenredar los nudos de nuestra existencia y afirmar las cuerdas que todavía están flojas” [Los Cuatro Amores, capítulo I].

Muchas cosas querrán influir sobre ti. Sin embargo, tu mayor problema eres tú mismo. Nuestro mayor problema somos nosotros mismos. Necesitamos lo que solo Dios puede dar.

No es casualidad que Jesús empiece con “bienaventurados los pobres en espíritu” (Mateo 5:3).
No es casualidad que Pablo escuchara cómo Dios veía su fundamental debilidad humana: Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad (2 Corintios 12:9).
No es por accidente que la mayoría de los Salmos sean clamores por ayuda.
No es por accidente que Jesús es quien es, y hace lo que El hace.
No es un accidente que Dios otorgue libremente lo que más necesitamos -la misericordia de cambiar nuestras relaciones con El, y el poder de transformar nuestro interior.

VINIENDO AL HOGAR, PARA SANAR
Al mirar cuán profundamente infecta “la locura de nuestro corazón” (Eclesiastés 9:3) a nosotros y también a nuestros amigos, entonces podemos ver cuán profundamente aplica el amor de Dios en Cristo a nuestros problemas más internos. El Salmo 23, así como el resto de la sabiduría de Dios nos conduce a casa.
Jesucristo vivió por nosotros y murió para rescatarnos. A ti y a mí.
Y ahora vive específicamente para restaurar la insensatez de nuestro yo y para vencer nuestro aislamiento inevitable. Lo mejor de todo, Su respuesta al enamoramiento de nosotros mismos no es un simple montón de grandes y magnifícas ideas.
El Cordero de Dios es una Persona real. El Pastor nos llama a conversar, escuchar, a tener y mantener una larga y comprometida relación con El. El es bueno, y bondadoso con cada uno de nosotros y Su misericordia es para siempre.
DAVID POWLISON. http://www.boundless.org/2005/articles/

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