"El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue de 430 años" (Exodo 12:40).
En una tierra donde somos peregrinos no esperemos vivir como los que aman o son naturales de esa tierra. Los moradores de este mundo aman las facilidades y prosperidad terrenal de aquí, porque es su único anhelo.
Si tú eres hijo de Dios no olvides nunca tu condición de peregrino, estás aquí de paso hacia la patria celestial. No te extrañe que los hombres mundanos vivan con más facilidad que tú, porque no eres de aquí sino de arriba, del cielo, los que han nacido de Dios son de Dios y hacia Dios van.
Esfuérzate en mantener conciencia de tu condición, no aspires a vivir como viven los incrédulos. Sea tu corazón como el de David: "Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mi" (Salmo 131:1).
Hay conexión íntima entre tu corazón y los ojos: mirarás hacia donde esté inclinada tu alma. Cuida tu corazón, que no se envanezca con las cosas de este mundo y entonces todo lo demás estará en orden.
Cuán hermosa es la humildad de corazón. Imitemos esto en la piedad, modestia y sencillez de los hijos de Dios. Los peregrinos y todos los que dicen ser Cristianos profesan serlo, pues la mortalidad del cuerpo y la inmortalidad del alma así lo confirma, que somos extranjeros en este mundo.
El extranjero mira en su corazón el lugar donde pertenece y también orienta sus pasos hacia la patria: "Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la porvenir" (Hechos 13:14). La vida del cristiano se resume en buscar otro país. Esta actitud de corazón puedes verla sin mucha dificultad al leer la vida de los patriarcas, que sea la tuya también.
Esta época de materialismo desenfrenado es tiempo muy adecuado para practicar moderación, propia de los peregrinos que van hacia la patria celestial.
Amén
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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