"Tú oyes la oración. Con tremendas cosas nos responderás tú en justicia, oh Dios de nuestra salvación, esperanza de todos los términos de la tierra, y de lo más remotos confines del mar" (Salmo 65:2,5).
Amado y entrañable hermano, eres un gran privilegiado, porque el Altísimo oye tus oraciones.
La mayor parte de la humanidad está destituida de este hermoso y útil privilegio, y cuando están en aprietos o les llegan calamidades o son visitados por ellas, no tienen un Dios al que puedan ir y ser librados.
Es cierto que cuando están afligidos buscan ayuda, pero donde acuden no son ayudadores, porque los engañan, les traen ruina, aumentan las miserias de su alma y son acechados como un león rugiente tras su presa.
Amado hermano mío, creyente en Dios y Cristo, contigo no es así. Tienes un Dios que conoces y El te conoce, un Dios de infinita gracia y misericordia, un Dios lleno de compasión al débil y al necesitado y al pobre y preparado para compadecerse de nosotros en todos y cada uno de nuestros problemas y lamentos y darnos ayuda y el alivio que necesitamos.
Cuán altamente privilegiados son los hijos de Dios, tienen la Santa Palabra de este mismo Dios, donde aprenden no solo lo que deben pedir sino también cómo pedirlo. Para ellos hay abundantes misericordias, tan abundantes que no se agotan, y además enseña cómo pedir, buscar y recibir esos favores del cielo, porque Dios está más presto para dar que nosotros para pedir, y su queja con nosotros es que no pedimos lo suficiente, que no oramos todo lo que debiéramos y pudiéramos, al punto que de continuo El mismo nos tiene que recordar que le pidamos: "Pedid, y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, el que busca halla, y al que llama se le abrirá. Todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 7:7;21:22).
La oración es un poderoso instrumento mediante el cual el Creyente puede prevalecer con el Creador.
Mueve y aplica tu corazón al deber de la oración, porque aun cuando seas débil en tus deberes, por medio de la oración y la gracia de Dios puedes convertirte en una alma fuerte:
La oración es un mensajero directo de la tierra al cielo: "Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti y esperaré" (Salm.5:3).
David enviaba un correo matutino cada día, dirigido a la corte celestial.
La oración hace conmover las entrañas de Dios: "¿No es Efraín hijo precioso para mi? ¿No es niño en quien me deleito? Pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová" (Jeremías 31:20).
La oración hace conmover las entrañas de Dios: "¿No es Efraín hijo precioso para mi? ¿No es niño en quien me deleito? Pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré de él misericordia, dice Jehová" (Jeremías 31:20).
Cuando Dios oyó el quejido de Efraín, se condolió. Porque nuestro Señor sufre y se compadece de nuestras dolencias.
La oración hace despertar a Dios, cuando nos parece que en relación con Su providencia está dormido: "Despierta; ¿por qué duermes, Señor? Despierta, no te alejes para siempre" (Salmo 44:23). Como si la oración pusiera al Creador a ejecutar los nobles actos de Su Omnipotencia, como si lo despertáramos para que ponga en acción y ejecute lo que estamos rogando.
La oración es como amarrarnos a Dios: "Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte para apoyarse en ti" (Isaías 64:7). Como atarnos con cadenas a las promesas y las declaraciones que el Señor ha dicho de Su buena voluntad hacia nosotros.
Al considerar el poderoso instrumento de la oración a Dios, podemos entender por qué el Enemigo procura con tanto interés y maquinaciones carnales desanimar o deprimir para que no oremos; se emplea a fondo con distracciones y pensamientos para abatirnos, turbarnos y que no oremos.
Al considerar el poderoso instrumento de la oración a Dios, podemos entender por qué el Enemigo procura con tanto interés y maquinaciones carnales desanimar o deprimir para que no oremos; se emplea a fondo con distracciones y pensamientos para abatirnos, turbarnos y que no oremos.
Repetimos: si todo esto es verdad -y ciertamente lo es- analiza:
Hermano mío, aunque seas débil en los dones, aunque tu corazón esté frío y duro, aunque estés bajo muchas distracciones, aunque el Señor parezca esconder Su rostro a tus oraciones, aunque el Señor parezca enojado contigo, aunque haya incredulidad en tu deber, egoísmo en tus peticiones, aunque tu corazón no esté preparado de acuerdo a las preparaciones del santuario, aunque seas una persona de muchas pasiones...
No obstante todo eso, no tienes causa justa para vivir paralizado o desanimado, sino todo lo contrario, estimulado al deber esencial de orar siempre a Dios.
Por tanto, digamos como el salmista: "Por eso orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado” (Salmo 32:5).
Por tanto, digamos como el salmista: "Por eso orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado” (Salmo 32:5).
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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