miércoles, 27 de octubre de 2010

Meditación del 27 de Octubre

Al que no conoció pecado, por nosotros Dios le hizo pecado, para que nosotros fuéramos hechos justicia de Dios en él” (2Corintios 5:21).
 
Cuando tu corazón esté al ahogarse por la multitud de tus pecados reflexiona sobre la muerte del Señor Jesucristo.
El enemigo de nuestra alma y conciencia nos acusará justamente por nuestras faltas y la abundancia de mal desde el inicio de nuestros  pensamientos,  seremos provocados al ahogo, como lo relata el  salmista:  "Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mi" (Salmo 38:4). Este un espejo de la condición del creyentes bajo ciertas situaciones, pero en tal caso medita sobre los  sufrimientos de Cristo, que no fueron por El mismo, sino por ti.

Tú mismo u otro te acusará de descuido en tus deberes 
devocionales; de orgullo, envidia, murmuración, malos deseos y placeres mundanos, de mal ejemplo a otros, descuido de tus deberes familiares o matrimoniales, de orar para ti mismo y no para Dios, de buscar el aplauso de los hombres y no la gloria del Creador.
Cuando todas estas cosas vengan sobre ti y no veas salida de misericordia, considera que no eres tú mismo quien paga por tus propios pecados sino que esa carga pertenece a Cristo. El acuerdo es que serían echadas sobre la espalda del Señor Jesús: “Venid a mi todos los que estáis trabajados, y cargados; y yo os haré descansar" (Mateo 11:28).
 
Supongamos que piensas que la providencia está en tu contra. Esto levanta aflicción, amargura de ánimo, problemas y descontento. Te parece que Dios te está castigando por tu pecado para que satisfaga las demandas de la justicia divina.

¿Qué hacer?

Recordar que Dios nunca te pedirá algo para satisfacer Su justa venganza por el pecado. Nunca. Porque Cristo fue puesto para expiar nuestras faltas y transgresiones. Requerido de Jesucristo y no de ti ni de nadie más. Cristo tomó los pecados de Su pueblo sobre Sí mismo.
Lo que sí puede suceder es que tengas alguna mancha en tu alma que te impide paz y gozo cristiano; y que para humillación, limpieza y hacerte el bien recibas disciplina para mejoría, nunca para destruirte. 
No olvides esto del ministerio de Cristo: “Por lo que padeció aprendió la obediencia" (Hechos 5:8). Las  lecciones de obediencia en la Escuela de Santidad de Cristo se aprenden sufriendo. Tales adversidades son para instruirnos, no para Dios vengarse, porque la promesa del pacto es muy clara:
"Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien"  (
Jeremías 32:40).

Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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