jueves, 9 de diciembre de 2010

Meditación del 9 de diciembre

“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham” (Génesis 22:1).
 
¿Después de qué? Después de las adversidades y dificultades que tuvo. Es propio pensar que ahora llegaron a su fin -y como después de la tormenta viene la calma- ahora quizás terminaron. Pero no, después de eso fue probado. No será extraño para el creyente que el fin de alguna dificultad sea el inicio de una próxima prueba. Agobio de opresiones no 
exonera de eventuales contratiempos. 

Viendo la historia de Abraham podemos decir que ningún oro fue probado en un hormo tan caliente. Oigamos: “Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí” (v.1). Respondió en corazón sumiso: “Heme aquí”. La prueba de su absoluta confianza. 
En asuntos divinos no se consulta con carne o sangre, si lo hubiese hecho no habría ofrecido Isaac a Dios. Cuando el consejero de uno es el Señor, no hay necesidad de otras consultas, ponerse a estudiar el asunto, quejarse o dilatar el mandato.

El Señor, viendo el corazón de Abraham, le señaló la obra a ejecutar: “Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de 
Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (v.2). 
Es posible que ni aun su esposa Sara supiese ya que sus sentimientos de madre hubieran estorbado esta disposición sumisa. 
Si el patriarca no atendió los lamentos de su hijo, aprendió también a no tener en cuenta los sentimientos de su esposa. Sería cortesía excesiva guardar respeto a la censura e ideas de otros si el asunto es obedecer a Dios. En esto no necesitamos ideas o consejos ajenos. Sea Dios primero siempre y sobre todas las cosas.

Hermano, conocerás el amor de Dios en tu vida si te consagras en sacrificarte haciendo Su voluntad. Abraham y su hijo supieron que Dios les amaba porque ellos y no otros fueron escogidos para hacer este sacrificio. 
Si, bajo sufrimientos, honras la Palabra de Dios y Sus mandamientos, es prueba inequívoca de que eres objeto de Su amor, que El se deleita en tus buenas obras. Cuando te corresponda hacer algo para honrar al Señor y se presentan dificultades, por favor no te concentres en esas dificultades, abre tu oído para oír Su voz y hacer lo que te mande.

Los encargos que Dios te haga podrán parecer duros en sus comienzos, pero consoladores en su conclusión.

Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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