lunes, 6 de diciembre de 2010

Meditación del 6 de diciembre

“Y he aquí, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, una mujer que era pecadora en la ciudad llevó un frasco de alabastro con perfume Y estando detrás de Jesús, a sus pies, llorando, comenzó a mojar los pies de él con sus lágrimas”(Lucas 7:37-38).
 
El cuadro frente a nuestros ojos es maravilloso. Por un lado, una mujer notoriamente conocida como pecadora y que por iniciativa propia busque del Salvador. Extraordinario en el sentido literal del término. 
Dice el refrán que "aves del mismo plumaje vuelan juntas", pero he aquí la mujer busca volar con un santo, alguien cuya sola presencia aumentaría el sentido de culpa y vergüenza. Las manchas son más notorias donde hay más luz. La voz del Evangelio es muy común, se oye donde quiera, pero su poder es muy escaso. Hay millones de oidores, pero pocos convertidos. Esta mujer es, pues, admirable.

Por otro lado, vemos al Señor Jesús en Su gran misericordia recibir a pecadores. Ella fue movida por la gracia de Cristo, confiada en que su estado no empeoraría ni sería disminuida ni avergonzada, sino perdonada. El problema de esta mujer no fue asunto de debilidad, pues por debilidad todos somos pecadores, sino de práctica, del ejercicio diario de su propia voluntad, algo permanente y abierto. No dice que fuese ladrona, asesina o idólatra, sino dar satisfacción sin freno a su codicia carnal.

Que era pecadora en la ciudad” (v.37). Fue pecadora, pero tan pronto conoció a Jesús ya no más. Al conocer a Cristo sus ojos son transformados en fuente de lágrimas. Al conocer a Cristo sus cabellos se convierten en toallas para secar los pies del Salvador, todo su ser pasó al servicio del hijo de Dios. 
Su presencia en busca de Jesús testificaba del cambio. Cuando alguien viene a la Iglesia en busca de Dios, el hecho en sí manifiesta un cambio, de ahí en adelante es no perder lo avanzado. 
“En la ciudad” denota la esfera de acción. Mientras más conocido es un vicio, más escándalo produce. El pecado es pecado, el hecho de que muchos lo conozcan no lo hace más pecado sino más ofensivo. Ella era muy conocida en su tiempo, y no por virtud, sino por vicio.

Ahora bien, en el texto es notoria la compasión divina , pues al no mencionar su nombre y sí el pecado denota aborrecimiento a lo que hacía, pero protege su reputación. Es asunto de justicia castigar el mal, pero misericordia perdonar al ofensor. Lo peor de esta mujer es asunto del pasado. 
Cristo vino a buscar pecadores, entonces todo verdadero creyente tuvo un feo pasado, su pecado frente a la justicia divina.

Notamos su humildad: “Y estando detrás de Jesús, a sus pies, llorando, comenzó a mojar los pies de él con sus lágrimas” (v.38). No se paró frente al Señor sino que estuvo detrás, se cuidó de eso. Ella no vino a conquistar un hombre sino buscando el Salvador de su alma. Su vista hacia el suelo, en gesto de humillación. Vino a Jesús como pecadora arrepentida. Maravilloso cuadro.

Hay una verdad muy clara: Cristo es perdonador, vino a perdonar y salvar. 
Se agrega a esto Su grande misericordia. La perdonó, la defendió y la honró delante de todos.

Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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