viernes, 10 de diciembre de 2010

Meditación del 10 de diciembre

“Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque es de cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11:39-40)

Cuando el creyente y el ser humano en general pasan por una situación adversa, lo natural es apartarse de Dios, se esperan de las criaturas favores que sólo pueden ser hechos por el poder de Dios. 
Esta debilidad es una de las razones por la cual el Señor envía aflicciones a nuestras vidas: para curarnos de imaginar cosas irreales. Entonces nos molestamos, y peor, pensamos que es correcto enfadarnos. Concluimos que tales pruebas son contra nuestra felicidad pero en tales tratos Dios tiene otros planes. Llevará nuestras almas a que renuncien a confiar en la criaturas, y allí estaremos hasta que tengamos la convicción que el brazo de los hombres es débil e infiel.

Marta tenía esa inclinación humana, ansiedad por las cosas terrenales, debilidad que Cristo le reprochó y le dijo que una sola cosa era necesaria. Aquí le reprende otra vez y levanta sus ojos al cielo para hacerle sentir la necesidad de buscar allí un mejor recurso que los que podía encontrar en la tierra. Como si le dijese que para mirar correctamente hacia arriba había que morir a lo que aquí abajo nos fuera valioso.

Las aflicciones santificadas tienen esta bendición, nos hacen ver cuán poco tiene el mundo para darnos. “Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (v.25). Esto es, que aun cuando tus amigos y consuelos o todo aquello que te sea excelente y valioso muera, aun así si crees en Mí, nunca morirás. 
Se llama "aflicción santificada" cuando la providencia divina nos lleva a renunciar de las criaturas para confiar en Dios, tal como hace Jesús aquí con Marta. Que su dolor y humillación lleven su corazón a buscar ayuda eficaz, la cual viene de Dios. Por el contrario, una aflicción no santificada conduce al individuo a esperar ayuda de los hombres y a quejarse en contra de su prójimo. 

Las aflicciones de la misericordia de Dios tienen ventaja, David lo expresa así: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos” (Salmo 119:71). Purifica tu mente cuestionando sus consejos. En tal caos no podrás hacerle una mejor pregunta a tu propio corazón que cuando te traiga una recomendación le cuestiones así: ¿Qué ha dicho Dios? o ¿Qué me ha prometido en este caso particular que me acontece? ¿Cuál es mi deber en esta situación? 
Marta dijo que su hermano tenía cuatro días de muerto, que hedía, sin embargo la voz del Señor fue muy diferente: “Quitad la piedra”. Recuerda que toda potestad en los cielos y en la tierra es de El, que Su oficio es Salvador, librarte de tus problemas, o lo que es lo mismo, santificarlos para el bien y fortaleza de tu alma.

Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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