viernes, 3 de diciembre de 2010

Meditación del 3 de diciembre

“Al pasar Jesús, vió a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:1-2).

“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento”, su corazón estaba y está tan sintonizado en hacer el bien, que aun cuando va de pasada sus ojos están atentos al necesitado. 
Cualquiera de nosotros ni siquiera lo hubiera mencionado. En Jesús no es así, todos y cada uno de sus pasos fueron con propósito definido, salvar, sanar, favorecer al hombre y mucho más al miserable. El pasó por allí, pero su ojo se fijó en el ciego. El ciego no podía verlo, pero El sí. Su bondad es mucho mayor que nuestra necesidad. Bendito Salvador.

Por naturaleza, es más agradable ver modelos bien vestidos
 que visitar a un amigo pobre de nuestros barrios. Nos place más la vanidad que la necesidad ajena. En Jesús es lo opuesto, se fija más en los que sufren, que en los que se alegran. Las penurias de esta vida no están escondidas de sus compasivos ojos. En especial si el necesitado es de los que buscan a Dios. Leamos de nuevo: “Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo". El ciego estaba en la puerta del Templo. El mejor lugar para ser visto por la misericordia de Cristo es en Su Iglesia.

Los discípulos vieron también al ciego, pero con ojos diferentes. El lo vio para compasión y cura, ellos para debatir: “Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (v.2). 
Las lecciones de esta vida se aprenden de las palabras de Cristo. 
En la expresión de los apóstoles encontramos dos verdades y dos falsedades. Las falsedades explícitas y las verdades implícitas. 
Es verdad que gran parte de nuestro sufrimiento es por causa del pecado, sufrimos justamente y en ocasiones por el pecado de otros, hay ocasiones cuando la maldad de los padres trae dolor sobre sus hijos.
Pero es falso que no haya otra razón para sufrir que no sea el pecado. 
Además notamos el error teológico de los discípulos con la transmisión del pecado de los padres sobre los hijos, como si eso fuera una ley. 
Ni grandes apóstoles están exentos de errar en el juicio.

Por tanto, tu mayor obra de misericordia es llevar la luz del Evangelio a las almas ciegas. Esfuérzate en testificar del amor de Dios en salvar y no menosprecies el tesoro que Cristo te ha dado para salvar a otros. 
Si los ojos de tu ceguera espiritual fueron abiertos por Su gracia, no te será difícil explicar a otros lo que hizo por ti. Esto mismo hizo el ciego y sacudió los cimientos de su sociedad. 
Hay muchas maneras de predicar el Evangelio que no necesitan la elección de un texto ni el uso de un púlpito.

Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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