lunes, 13 de diciembre de 2010

De aromas y fragancias.3

"¿Por qué será que las mujeres de iglesia lucen casi iguales siempre?" -preguntaba cierto día una amiga mía. “Hay de todas formas, tamaños y edades, y sin embargo como que comparten la misma apariencia.” “Pareciera que su de falta belleza interior -continuó ella- afecta su belleza exterior. ¿Qué crees? ¿Será que necesitan algún curso de encanto personal o algo así?”
Mi respuesta inmediata fue un rotundo no. Las mujeres cristianas no necesitan ningún curso, libro o lecciones de belleza. Después de todo, si una mujer acepta a Cristo, Creador de toda belleza, ¿no estará ella hermosa, sabiéndose amada y resplandeciente?
¿O no es así?
Antes de continuar permítanme esclarecer lo siguiente: no hay una sola línea en todo mi escrito que sustente un culto de adoración a la belleza. Mi oración es que miremos el tema en honestidad y limpieza y quizás aprender en el camino maneras de ser mejores. Hay una necesidad.
Empecemos con las adolescentes. Se mueren si no lucen exactamente iguales a las demás. Sin embargo no tienen la más remota idea de lo que es mejor para su edad, textura y color de piel.  Luego aparecen las adolescentes opuestas a todo lo que implique un ritual de belleza que caen en el otro extremo: su objetivo parece ser lucir lo más fea posible. Entiendo su oposición, aunque no estoy de acuerdo.
El siguiente grupo de edad -25 a 35 años- es el de apariencia más diversa. Muchas son madres de bebés o niños muy pequeños, inquietas y vivaces, parecen haber dejado atrás su rebeldía juvenil. Pero cerca de la mitad de este grupo son mujeres cuya apariencia refleja apatía o puro y simple descuido. Fatiga, depresión, “autoestima” baja... lo llevan escrito en la cara.
Las mujeres de 35 a 50 años son interesantes. A una edad cuando ya debieran haber superado unos cuantos complejos, más bien parece que se ahogan en ellos. El descuido de su figura refleja la negligencia en una de las mejores técnicas de medicina preventiva: ejercicio.
¿Dónde están esas mujeres radiantes en Cristo?
Si tres mujeres paganas y una cristiana esperan la llegada del autobús, no habrá dificultad para señalar cuál es la cristiana: la peor vestida. Sin embargo, esta misma mujer se consideraría como “muy espiritual” en círculos eclesiásticos. 
Es verdad que Dios mira nuestro interior, pesa motivaciones y pensamientos y sueños. Pero con todo respeto, el hombre no tiene adónde más que mirar sino la apariencia. Recuerde esto.
Cuando un hombre mira a una mujer, lo primero que observa son sus cualidades físicas. Es algo inherente a su naturaleza masculina. Después, si la mujer tiene esas maravillosas cualidades internas que son de Dios, el hombre verá el resplandor de Dios en ella. Lo externo y lo interno se funde en una sola imagen y emerge la mujer total. Toda la escena se convierte en gozo. La mujer es afable, sonriente, disfrutable y, sí, espiritual, hermosa por dentro y por fuera de tal modo que asombra al corazón. 
Joyce Landorf,
The Fragrance of Beauty.
fragancia (del latín fragrantia)
  1. olor suave y delicioso
  2. buen nombre y fama de las virtudes de alguien
RealAcademia Española.

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