“Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo” (Génesis 22:10).
Ha llegado la hora cero. El patriarca fue muy sabio al evitar que Sara supiera y dejar los sirvientes al pie del monte, porque uno se pregunta: ¿Qué entrañas humanas desearían ver un espectáculo semejante? Un papá degollando su propio hijo. La sola idea estremece al más fuerte.
La esperanza de bendición a todas las familias de la tierra, bajo el cuchillo para ser degollado. Para un espectador cualquiera se trataría de un cuadro de horror, para el ejecutante -en cambio- era un acto de gran fe. Abraham y su hijo por obediencia e imitación sabían que la misma voz que ordenó la matriz de Sara para que trajera a Isaac, también era capaz de resucitarlo de las cenizas del holocausto.
La voz del Ángel.
Nunca fue tan bienvenida, ni tan dulce, ni tan oportuna como ahora: “Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (v.11-12).
La intención divina fue una prueba, no tanto el hecho del sacrificio de Isaac.
El hijo fue sacrificado para Dios en el corazón de Abraham y aun está vivo.
Casi siempre, el consuelo espiritual es inesperado y al final. El Señor dilata sus propósitos en uno con el fin de que la prueba que nos mandó sea perfeccionada, nuestra liberación sea dulce y la recompensa gloriosa.
Isaac nunca había sido tan placentero a los ojos de su padre como cuando lo recuperó de la muerte. Como hijo le fue dado milagrosamente y ahora milagrosamente es recuperado.
Abraham nunca habría sido tan bendecido con su simiente si antes no hubiese dado a su hijo en sacrificio a Dios.
Cuando nos entregamos al Señor de todo corazón y de acuerdo a Sus mandamientos, nos devolverá con más gozo lo que le hemos prestado y pagará altos intereses, gran beneficio. Lo mejor que un hombre puede hacer es servir al Señor Jesucristo.
Cuando nos entregamos al Señor de todo corazón y de acuerdo a Sus mandamientos, nos devolverá con más gozo lo que le hemos prestado y pagará altos intereses, gran beneficio. Lo mejor que un hombre puede hacer es servir al Señor Jesucristo.
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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