“Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (Romanos 8:7).
Corrupción natural o pecado es un principio de rebeldía contra Dios, el ser humano experimenta una fuerte e inexplicable aversión hacia lo divino mientras que disfruta lo pecaminoso.
Los hijos de Adán están naturalmente dispuestos a escuchar lo que causa error, oír la voz de Satanás, como está escrito: "Sin embargo, en una o dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende" (Job 33:14).
Cuán a menudo los ojos de la cara ciegan los ojos de nuestro entendimiento, la historia de Adán lo confirma: "Y vió la mujer que el árbol prohibido era bueno para comer y que era agradable a los ojos" (Génesis 3:6). Es decir que el hombre nunca es más ciego a la realidad espiritual que cuando mira objetos más agradables a los sentidos carnales.
Desde que nuestros primeros padres abrieron sus ojos al fruto prohibido, los ojos de los hombres han sido puerta de la destrucción de su alma. Desde aquel día todo lo impuro entró en la mente del ser humano, su corazón fue totalmente corrompido.
Acán es testigo fiel de esta verdad: "Ví, lo codicié y lo tomé" (Josué 7:21).
El patriarca Job entendió y vio esa realidad cuando dijo: "Hice pacto con mis ojos: ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?” (Job 31:1).
Nos resulta natural tomar el debido cuidado de la carne aún a costa del alma. Felices seríamos si la mitad de los esfuerzos que tenemos sobre el cuerpo lo dedicáramos sobre el alma. Por el contrario, nunca preguntamos ¿Qué debo hacer para ser salvo? Pero a diario nos afanamos por comer, beber o vestir y casi nunca el hombre natural busca el reino de Dios y su justicia.
Como alguien ha dicho: “La verdad es que los hombres, mayormente viven como si ellos no fueran mas que un saco de carne y hueso".
En cuanto a la fuente de maldad, el hombre peca de dos maneras: por naturaleza y por hábito. Los niños por lo primero y los drogadictos, para citar un caso extremo, por lo segundo. Adán, el hombre natural menos pecador que haya existido, aún no tenia malos hábitos y no obstante fue muy evidente su naturaleza pecadora.
Ver el estado natural de nuestras almas en el espejo de las Escrituras debiera hacernos clamar junto al salmista: “Crea en mí, oh Dios, un corazón puro y renueva un espíritu firme dentro de mí” (Salmo 51:10).
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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