jueves, 25 de noviembre de 2010

Meditación del 25 de noviembre

“En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma” (Salmo 94:19).

Cuidamos nuestros cuerpos como si fueran palacios. Recibimos muchos invitados, en el salón de la mente llegan pensamientos de justicia, fe, paz, gozo, alegría, hay una sala especial para ellos. 
Pero es muy triste que estando en guerra el enemigo se introduzca hasta la sala para nuestros invitados especiales. 
El salmista informa que los misiles y tanques de guerra del enemigo entran hasta allí: “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma”. Los enemigos han entrado hasta la sala íntima, la principal: “Dentro de mí”.

Es allí donde se da esta lucha intestina. El lugar donde se planifican y ejecutan los más nobles proyectos. Nuestra propia tierra, dentro de nuestras fronteras. No existe creyente que no haya experimentado la amargura de estas batallas y que no le haya costado lágrimas y tristezas. 
Es cierto que el pecado pudiera ser mantenido fuera con cierta facilidad, pero no será sacado de nuestro ser interior sin amargos costos. 
Cuando los hijos de Israel salieron de Egipto el enemigo estuvo detrás. Ya en la Tierra Prometida tuvieron muchas batallas con el enemigo de frente, en ambos casos fuera, pero aquí no es por detrás ni por delante sino dentro del seno interior.

El ejemplo de Pablo.
“Cuando vinimos a Macedonia, ningún reposo tuvo nuestro cuerpo, sino que en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores” (2Corintios 7:5). 
Agrega una lista de sus adversidades, problemas y sufrimientos. Cita nueve peligros, ocho sentimientos de  dolor, y añade una de carácter interno, nótese: “Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar;  en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2Corintios 11:25-28). 
Tuvo una aflicción interna, el cuidado por las Iglesias; buscar los perdidos, amonestar al orgulloso, y consolar a los abatidos. Este fue su dolor. Los otros fueron temporales, pero su angustia interna fue diaria. Nuestro Salvador predice a los discípulos sobre su procedencia: “Los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10:36). Esto es, dentro de mí.
 
Nuestros enemigos
Quien tenga un conflicto dentro de su pecho no le faltarán enemigos. De los ataques de fuera podremos huir, incluso escondernos, pero del enemigo interno ¿quién podrá esconderse? Donde quiera que vayamos lo llevaremos consigo. 
Es malo tener que pelear contra enemigos fuera de uno, pero es peor cuando el caso sea como el salmista:”Dentro de mi”
No tendrá necesidad de más problemas quien esté atribulado consigo mismo. No necesitará la ira del cielo, ni problemas de la tierra, ni peligros del mar, ni la malicia del infierno, ya que sus propios pensamientos estarían contra sí mismo.

Todos y cada uno de los que entramos a este mundo venimos con algún tipo de defecto. Los que no sufren de la cabeza, sufren de los pies; y si no tienen defectos en el hígado, sí en el corazón; o en la frente, la espalda; sino arriba, sufrirá más abajo. En algún sitio del cuerpo hay defecto. 
Dos cosas se oponen a la vida, las enfermedades y el calendario. En algunos las dos. Vivimos en un mundo caído. Quien no tiene defectos a la entrada, sí a la salida. No hay excepción. Y a medida que pasan los siglos la situación empeora, somos testigos de cómo se multiplica el pecado y la proliferación de enfermedades y defectos congénitos. 

Antes los hombres cumplían cientos de años y ahora son escasos quienes alcanzan ochenta. 
Sin embargo, por la misericordia de Dios hay una generación de hombres y mujeres felices,  justos, santos, que al morir terminan sus dolores y pasan a mejor vida. Escucha: "Todo es vuestro, sea Pablo, sea Apolos, sea Pedro, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo porvenir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios" (1Corintios 3:22).

Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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