jueves, 18 de noviembre de 2010

Meditación del 18 de noviembre

“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15)
 
Esfuérzate en testificar del amor de Dios en salvar, y no menosprecies el tesoro que Cristo te ha dado para salvar a otros.

Hay individualismo nocivo, y hay individualismo necesario y sano para el alma, aquel que establece que cada hombre -individualmente- dará cuenta a Dios. 
Nos hace conscientes de nuestro deber e impide que la responsabilidad personal se diluya en el grupo.

Una iglesia permeada por este principio piadoso será una congregación saludable, se encontrará creciendo en madurez e involucrada en la expansión del reino de Cristo. Cuando predicadores fieles hablen a esta congregación, cada uno de sus miembros pensará así: “Lo que dijo el predicador es una exhortación de Dios para mí”. El creyente individualiza y aplica en su propia vida la Palabra de Dios.

Si aplicas esto a la Gran Comisión, verás que hay muchas maneras de predicar el Evangelio que no necesitan la selección de un texto o el uso de un púlpito.
“Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). El lo llevó a Jesús, y al verlo Jesús le dijo: Tú eres Simón hijo de Jonás. Tu serás llamado Cefas (que significa piedra)” (Juan 1:40-42).

Mira aquí cuán claro es que muchas almas hay buscando a Dios, que todo lo que necesitan es que se les diga: “Yo he encontrado al Mesías o a Cristo”. Otro ejemplo de la sencilla predicación del Evangelio: “Jesús le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuan grandes cosas ha hecho el Señor por ti, y como tuvo misericordia de ti. El se fue y comenzó a proclamar en Decápolis cuan grandes cosas Jesús había hecho por el, y todos se maravillaban” (Marcos 5:19-20).
 
Si Cristo perdonó tus pecados y te salvó, no será difícil contarlo a otros. Tú, pues, ve y haz lo mismo. Cristo se humilló para salvar; la humildad es un poderoso instrumento para ganar los afectos del incrédulo y hace que tengan oídos para oír con agrado las buenas nuevas del Evangelio.

Fue práctica común en la vida de Pablo: “A pesar de ser libre de todos, me hice siervo de todos para ganar a mas. Para los judíos me hice judío, a fin de ganar a los judíos. Aunque yo mismo no estoy bajo la ley, para los que están bajo la ley me hice como bajo la ley, a fin de ganar a los que están bajo la ley. A los que están sin la ley, me hice como si yo estuviera sin la ley (no estando yo sin la ley de Dios, sino en la ley de Cristo), a fin de ganar a los que no están bajo la ley. Me hice débil para los débiles, a fin de ganar a los débiles. A todos he llegado a ser todo, para que de todos modos salve a algunos” (1Corintios 9:19-22).
 
El apóstol estudiaba las circunstancias en que vivían los hombres a quienes predicaba y se empleaba a fondo para tratar de ganar sus afectos con el fin de ganar sus almas. Hago énfasis en el corazón de Pablo para predicar el Evangelio a su prójimo: “Me hice siervo de todos para ganar a más”. Se colocó al servicio del alma de los hombres. En otras palabras, tratar de quitar el bloqueo mental o prejuicios que tengan contra la verdad.

Asume tu individualismo: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (16:15). Esfuérzate en testificar del amor de Dios en salvar y no menosprecies el valioso tesoro que Cristo te ha dado para salvar a otros.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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