lunes, 22 de noviembre de 2010

Meditación del 22 de noviembre

"Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en el corazón..." (Eclesiastés 7:2-4).

El hombre sabio, instruido por su experiencia en fe dice: Que las adversidades son una necesaria y misericordiosa manera que el cielo emplea para recuperar los pecadores corrompidos por la prosperidad de este mundo caído y retornarlos a Dios.

Nuestros sentidos tienen como fin la preservación del cuerpo, pero no siempre juzgan adecuadamente, y en lugar de hacer bien en ocasiones engañan y nos llega el mal. Otras veces permiten entrar bien al alma, pero como disgusta a la carne, el bien es rechazado y sufrimos daño. 
Difícilmente un niño juzgará como beneficiosa la amarga medicina que curaría su enfermedad.
Gusto y olfato están incapacitados para siempre juzgar con precisión lo que es saludable o perjudicial al cuerpo, mucho más para saber lo que es útil al alma. En materia de vida o muerte la consulta nunca debiera ser hecha a los sentidos del individuo. La razón humana estaría siendo anulada y la falacia de los sentidos entronada; cuando la persona estima la prosperidad como su mayor felicidad y la aflicción como la peor calamidad, recuerda que "Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en el corazón...". 
La prosperidad estimula y fortifica las pasiones sensuales, veneno para el alma. La prosperidad desvía la mente de considerar las cosas que pertenecen a nuestra paz eterna. Los pensamientos son dejados en la superficialidad, entiéndase en solo ver los beneficios presentes de la abundancia pero no en ver las consecuencias o el disgusto de Dios que ocasionan.

Ahora bien, en este punto la medicina natural como la espiritual están de acuerdo, en que un extremo es curado por el otro. 
El Malo destruye engañosamente las almas de los hombres con los placeres del pecado, Dios sana con el amargo de las aflicciones, el remedio más eficaz para curar. La aflicción tiene el bendito efecto de volver al hombre sobre sí mismo y le cierra los oídos a los mágicos sonidos del mundo; entonces, la verdad y la conciencia -que estuvieron amordazadas- son libradas y alzan sus voces de tal modo que el individuo no puede dejar de oír el terrible sonido de la culpa del pecado y la locura en que había caído. Aún el más duro de los corazones no puede dejar de oír a su conciencia cuando habla.

Hay un ejemplo bíblico que ilustra esta verdad: 
Balaam. Empujado por la codicia o amor a la prosperidad terrenal, se colocó en contra del mandato de Dios; y el Señor para refrenar su locura hizo que una burra le hablara, pero su codicia era tan grande que no oyó y de hecho se puso a discutir con la burra: "Y viendo el asna el ángel de Jehová, se echó debajo deBalaam..." (Números 22:27-34)
Luego le vemos haciendo declaraciones que solo una conciencia sensible puede hacer: "Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya" (Números 23:10). 
Esto es, que no hay un hombre tan malo en extremo, tan animal, tan bruto, que no tenga un momento de cordura en el cual desee la salvación de su alma.

Pero el proceso completo es más claro en el hijo pródigo (Lucas 15:14-20), donde observamos las diferentes etapas: aflicción, (v.14-16), la conciencia se despierta y le habla (v.17), la resolución de volver a Dios (v.18-20). 
Las aflicciones son misericordia de Dios para traernos a salvación, porque tienen la virtud de desvanecer los oropeles de la vanidad de este mundo. Es como si un hombre comienza a encontrar que su esposa ya no le agrada, porque ha descubierto una joven rubia, hermosa y de atractiva apariencia, pero al enterarse que tiene SIDA, la desgracia de ella lo apartará de la posible infidelidad. Las adversidades nos hacen ver el mal del pecado y lo inútil de buscar la verdadera felicidad en este mundo, enfría el amor a la prosperidad terrenal, nos hacen pensar, considerar que la apariencia agradable de las cosas no es suficiente para llamarlas un bien real, como dice el refrán: No todo lo que brilla es oro.

Si consideramos las aflicciones con el buen propósito que tienen, podremos armonizarlas con nuestra voluntad y nos persuadirán con paciencia y gratitud a aceptarlas como testimonio del favor peculiar de Dios. 
Como declara nuestro Salvador: "Yo reprendo y castigo a todos los que amo; se, pues, celoso, y arrepiente" (Apocalipsis 3:19). 
Por el contrario, es signo de desprecio total de Dios cuando no somos cruzados con adversidades: "Y saciaré mi ira sobre ti, y se apartará de ti mi celo, y descansaré y no me enojaré más" (Ezequiel 16:42). A veces hay divorcio del Señor, final, y deja los hombres a su propia idolatría, los deja sin corrección.

Después de esto se nos hará más clara y entendible la paradójica declaración de Pablo: "Nos gloriamos en las tribulaciones".

Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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