lunes, 1 de noviembre de 2010

Meditación del 1 de noviembre

“Porque la apariencia de este mundo se pasa." (1 Corintios 7:29-30).
 
Nuestro tiempo aquí es breve, apremia tu paso camino al cielo, al decir del apóstol a los Corintios. Es ese sentir lo que nos hará indiferentes hacia las cosas de este mundo, a desprendernos de lo material.
Pensamientos sobre la seguridad de la muerte traen beneficio doble. Por un lado nos previenen de hacer el mal y por el otro nos conducen a obtener el bien. 
El pensar constante acerca de la muerte produce un temor que sensibiliza la conciencia, ablanda el corazón de tal modo que nos amarra a la buena conducta. En tal estado el hombre quiere salir del mundo sin deudas pendientes y esto lo guía al buen hacer.

Cuando el sentido de la muerte está ausente, la mente se endurece de tal modo que -al hombre creerse que no va a morir- comete hechos malos pensando que podrá salirse con la suya. Niegan toda regla y no respetan leyes. Pero cuando el sentido del fin se acerca, hacen esfuerzos por hacer el bien, por ganar lo que no habían hecho antes: "Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía me reciban en sus casas" (
Lucas 16:4). La idea de morir le hizo cambiar de conducta.

Igual Job, a quien la idea de tener que dar cuenta a Dios como Juez moderó sus hechos: "¿Qué haría yo cuando Dios se levantase?” (Job 31:13-14)
Cuando el hombre ve lejos su propia mortalidad, la idea pervierte, contamina. La parábola de los talentos lo enseña: "A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos" (Mateo 25:15).
Conocí un hombre perverso y degenerado en extremo a quien una mortal enfermedad lo obligó a buscar refugio seguro en Cristo. Los pensamientos de muerte eran tan fuertes que lo hicieron recluirse totalmente y abandonó por completo sus antiguas y malas compañías.

Cuando la idea de la muerte está ausente los hombres se comportan como las prostitutas o malas mujeres, quienes se alborotan al sentir que el marido no está en el hogar. "Porque el marido no está en casa; se ha ido a un largo viaje.” (Proverbios 7:19). Así como la presencia del marido previene a estas malas mujeres de la infidelidad, los pensamientos de la muerte libran del peligro de la muerte pues tales ideas hacen poner guarda al corazón, tales ideas de mortalidad producen ternura en el alma.

Pero los pensamientos de mortalidad no solo previenen de mal sino también  estimulan a hacer el bien. ¿Cómo? Porque hacen al hombre cuidadoso de su deber. 
Un empleado bajo observación de su patrón laborará con esmero. En el camino de la fe, nos hace industriosos de la vocación, se cuidará de lo que hace: "Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres; pero a Dios le es manifiesto lo que somos; y espero que también lo sea a vuestras conciencias" (2 Corintios 5:11).
Pablo dice: siendo apóstol, me esmero en mi deber de apóstol. Persuadido de la cercanía de la muerte, quiero que ella me encuentre en mi debido lugar, tranquilo en mi casa, confiando en Dios.
 
Ser cuidadosos de su oficio, deber o vocación hace a los hombres ser más útiles a los demás. Más celosos de su propio oficio "Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación" (2 Pedro  1:13). Pedro se esfuerza en recordarles aquellas cosas que habían aprendido.
 
Por esta razón también la predicación del Evangelio casi siempre va acompañada del temor a la muerte:
"Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía por delante sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios" (Hebreos 12:1-2).

Amén
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org

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