"No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mi" (Juan 14:1).
¿De las mejores pruebas de nuestra sinceridad hacia Dios? Los problemas.
Cuando el hombre atraviesa dificultades el amor tiende a desaparecer, pues las dificultades estimulan la impaciencia y son como gasolina para el fuego del egoísmo. Nos olvidamos de los demás y nos concentramos en nosotros.
Pero en tales condiciones, se manda y espera que los creyentes se comporten con un patrón diferente de conducta, nuestro modelo de vida es el Señor Jesús.
La ocasión de las palabras de nuestro texto, fue en medio de las aflicciones y agonías de nuestro Salvador, pero El se olvidó de sí mismo y de la proximidad de la muerte, y se entregó a consolar Sus discípulos. Ellos habían oído al Señor hablar acerca de Su muerte, de Su partida y de las pruebas que habrían de sobrevenirle: uno de ellos lo traicionaría, otro le negaría, y que todos le abandonarían, se sentirían ofendidos con El, decepcionados por no ser el Mesías que ellos imaginaban; cayeron víctimas del miedo y sus corazones fueron atribulados.
Nuestro Señor, al percibir que los Suyos estaban conturbados buscó aliviarlos y consolarlos, de ahí las palabras de nuestro texto: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí” (v.1). Las pruebas resultarán en un claro lenguaje de la sinceridad de nuestro amor a Dios.
El Señor nos ha dado el remedio para curarnos de nuestros problemas: la fe. La confianza en Dios es un curalotodo.
Aprendamos y apliquemos que la fe en Cristo es el único y eficaz remedio contra los problemas del corazón: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí".
Amén.
P.Oscar Arocha; www.ibgracia.org
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