martes, 8 de marzo de 2011

Meditación del 8 de Marzo

Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura” (Números 13:31).

Subieron a investigar, y ahora se muestra la verdadera motivación o realidad de sus almas: no confiaban en Dios, sino en ellos mismos. Esto es idolatría: “No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros.” (v31).

Dios nunca les dijo que haría esa obra con el poder de ellos, sino con el Suyo: “Y os meteré en la tierra por la cual alcé mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob; y yo os la daré por heredad. Yo Jehová” (Exodo 6:8). Hubiera sido mejor examinar su propia debilidad, y no investigar la fortaleza de sus enemigos. 
Su tarea era confiar en las promesa divina. Si se hubiesen examinado, habrían visto sus debilidades, hubieran doblados sus rodillas en oración para mortificar  su corazón incrédulo.  

Cuando medimos éxito espiritual basados en nuestro propio poder, seremos vencidos antes de pelear. Quien espera vencer el mal debiera ver la boca y mano de Dios, quien ha prometido y es poderoso para cumplir. 
No tenemos fuerzas para luchar contra las obras de las tinieblas. Cuántas veces hemos sido avergonzados por la debilidad de nuestro carácter moral o hemos causado daño a quienes amamos, prometemos cambiar de carácter y no podemos, repetimos las mismas ofensas contra el prójimo, caemos en desespero y nos deprimimos. No podemos, la lucha es desigual. 
Somos como hormigas frente al poder de los demonios, pero si viéramos el poder de Dios, entonces no seríamos frustrados; la victoria estará de nuestra parte. ¡Oh si los hermanos viésemos esta realidad más a menudo, tendríamos menos problemas entre nosotros mismos!

La incredulidad anula la razón y borra de la memoria las buenas experiencias tenidas con Dios. Los hijos de Israel olvidaron que los amalecitas eran mucho más fuertes que ellos, lo mismo Faraón y su gente armada. Pero el ejército de Israel destruyó los amalecitas con sólo Moisés mantener su mano levantada, y los egipcios ahogados en el mar como si fueran plomo sumergido. 

Decimos que la incredulidad anula el razonamiento, porque comparar una cosa con otra es facultad del buen juicio, ellos fueron incapaces de comparar sus adversarios con otros, sino sólo contra ellos mismos. Como si no pensaran, o estaban apoyados en su propia prudencia y capacidad. 

La fe es el canal para traer a nuestro favor el poder de Dios, pero la incredulidad lo aleja. El reporte fue veraz: “El pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas” (v.28). El miedo les hizo subestimar su propia fuerza, rebajó sus tallas y agrandó la estatura del enemigo. 
La desconfianza en Dios hace ver nuestros peligros más grandes de lo que son, y peor aun, predecimos una derrota más grande. Y si el peligro es sólo una posibilidad, entonces lo vemos seguro. 
La desconfianza desfigura la realidad, somos vencidos antes de salir. 
Pero si aprendemos a ver y confiar en el poder de Dios, no seremos frustrados; la victoria estará de nuestra parte.
Amén.
P.Oscar Arcoha,
www.ibgracia.org

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