“Entrando la hija de Herodías, danzó, y agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey dijo a la muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré” (Marcos 6:22).
El plan fue elaborado antes, ahora ha llegado el día, la ocasión y el lugar de la trama, empieza la acción. Como dicen por ahí, "tal cual la hija, tal la madre."
La madre conquistaba haciendo negocio de su cuerpo, no es de extrañar que en la mente de su hija la idea de éxito resultara igual.
Danzar no es malo en sí mismo, si se hace de manera regular, con armoniosos movimientos del cuerpo. Es tan legítimo como caminar o correr. Pero he aquí que las circunstancias pueden transformarlo en pecado. Es indecente que una virgen contorsione su cuerpo en presencia de hombre encendidos con alcohol, aun si fuese su propia casa, cualquier cosa puede pasar. Como es en la naturaleza, también en los hombres. Un suelo sin cultivar produce yerbas y abrojos. Un corazón sin las enseñazas de la gracia produce mundanalidad.
Herodías y su hija tuvieron éxito en la trama: “Agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa”. Cosas indecentes son de agrado al ojo indecente. La muchacha se empleó a fondo y lo logró. Es posible que Herodes viese en la indecencia de la hija insinuaciones carnales de su madre y como otras veces, le gustó. Herodías sabía qué cosas eran del agrado del rey, así que compuso bien la escena. Ninguna mujer sería tan agradable y atractiva para Herodes como la hija de su amante.
Comentando sobre esto el ministro Hall dice: "No hay mejor espejo para discernir el rostro de nuestros corazones que aquellas cosas que nos dan placer." Uno es como sus placeres, vanidad o santidad. En otras palabras: si tu mayor placer son las cosas del mundo, eres mundano. Si tu mayor placer es el dinero, eres codicioso. Si tu mayor placer es Cristo, Su reino, Su casa de oración, entonces eres cristiano. Herodías planificó su vida tras el diseño de sus deseos y placeres mundanos.
De los malos hombres el apóstol lo dice así: “Andan según sus propias concupiscencias” (2Pedro 3:3). Una de las facultades que el hombre o mujer cristiano guarda y protege con más cuidado es el impulso de sus deseos.
Si son carnales los mortifica, si son espirituales los cultiva y promueve. Cuidemos, pues, la inclinación de los deseos que se levanten en nuestros pechos.
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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