"Más Roboam, dejando el consejo que le dieron los ancianos, tomó consejo con los jóvenes que se habían criado con él, y que estaban a su servicio” (2 Crónicas 10:8).
Es un arte buscar consejo y también saberlo buscar, pues podría uno encontrarlo y seguir actuando como si no se hubiese recibido. El hecho de que Roboam -el hijo de Salomón- consultara sus compañeros de juventud muestra su debilidad para pensar y apropiarse de lo correcto, porque los ancianos de Israel le habían dado acertado consejo, sustentado por la sabiduría y amor a su padre Salomón.
Pudiera ser correcto consultar los jóvenes, y luego con los mayores; lo que no parece sabio es descender de las canas a los que todavía están con sus juguetes. La edad trae experiencia y sería una vergüenza que los años no trajeran sabiduría.
La juventud, en cambio, suele ser presurosa, soldada a su voluntad carnal, muy guiada por sus sentimientos, insolente, contraria a la razón y buen juicio, buena para ejecutar pero no tanto para aconsejar. Como dice el refrán: "La madera verde se dobla fácil, en cambio la añeja es constante y firme."
Ahora notemos el desacierto de los jóvenes: “Le contestaron: Así dirás al pueblo que te ha hablado diciendo: Tu padre agravó nuestro yugo, más tú disminuye nuestra carga. Así les dirás: Mi dedo más pequeño es más grueso que los lomos de mi padre” (v.10). Sus palabras tenían veneno.
Mientras el consejo de los ancianos fue racional, tomar las cosas como son y no como uno quisiera que fuesen, o apegado a la realidad de las circunstancias, el de los jóvenes apelaba al orgullo, al sentido de grandeza de Roboam, y que hablara con terror al pueblo.
El pueblo pidió rebaja de impuestos, los jóvenes aconsejaron darle sangre y con lenguaje áspero. Fue un consejo sangriento. Como quien dice: "Yo no recibo presión de nadie." El consejo no podía ser peor. Irrazonable y sin juicio.
¿Quién albergará esperanza de un gobernante que promete tiranía y cuya boca habla cosas infladas? Meter miedo al pueblo es la peor vía para cuidar la gobernabilidad. Si algo bueno ha de hacer un gobernante -o cualquiera que se encuentre en posición de ejercer autoridad- es castigar los culpables, no empobrecer los bolsillos del pueblo.
Evitemos los enemigos de la sabiduría y el buen consejo.
Esta virtud tiene dos grandes enemigos: carnalidad y orgullo. La desgracia vino sobre Roboam y su casa por oír el consejo de los jóvenes, envenenado con esos dos vicios: carnalidad juvenil y arrogancia.
Un hombre no será sabio y a la vez adicto a los placeres de esta vida. Los presumidos tampoco pueden ser amigos del buen juicio, porque la humildad es el deleite del saber: “Dios encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera” (Salmo 25:9).
Amén.
P.Oscar Arocha,
www.ibgracia.org
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