Decir que Dios es inmutable equivale a decir que El nunca difiere de sí mismo. Dios no cambia para mejorar, porque El es perfectamente Santo. Dios no cambia para empeorar, porque dejaría de ser Dios.
El ser de Dios es exclusivo; es autoexistente, autosuficiente y eterno. Dios es Dios y punto.
Sólo un ser compuesto por partes puede cambiar -como el hombre- porque el cambio consiste en alterar la relación entre las partes de un todo, o la admisión de algún elemento extraño dentro de la composición original.
Ahora bien, como hombres y mujeres de Dios que experimentamos cambios, hay tres preguntas clave: ¿Cómo ha cambiado nuestra fe, ha crecido? ¿Cómo es nuestra mente y voluntad actual? ¿En qué se apoya hoy nuestra confianza? Puesto que como seres humanos es imposible escapar al cambio, quiera el Señor y sea para que mejoremos en nuestra vida de santidad.
Hablar de la inmutabilidad de Dios no significa que hablamos de un Dios insensible. Dios tiene afectos, es emotivo; pero El no es hombre para que cambie.
¿Cómo entender entonces Su inmutabilidad? En la expresión de sus afectos. Es distinta porque El conoce de antemano todas las cosas, porque Dios responde a nuestras oraciones, y se goza de ciertas conductas y desaprueba otras. Porque las decisiones de Dios están basadas en lo que El es: omnisciente, omnipresente, Santo, eterno, infinito, omnipotente, fiel, bueno, justo, misericordioso, amor, gracia, soberano… El es todo eso y más a la vez, en un solo todo.
Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Ayer, por lo que nos revela
EL CONOCIMIENTO DEL DIOS SANTO. AW Tozer
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