sábado, 13 de junio de 2009

“¿Dónde duermen los colores en la noche?” Los niños y la necesidad del silencio.

[este escrito de Albert Mohler nos parece tan relevante que lo traducimos completo, no se cansen y lean hasta el final].

Uno de los aspectos más lamentables de la vida moderna es la desaparición del silencio. El silencio ha sido parte de la vida en la historia de la humanidad. Muchos individuos vivieron porciones significativas de sus vidas en silencio, trabajando en solitario y libres del problema de la intrusión de ruido constante.

Los historiadores apuntan al fenómeno de la Revolución Industrial como el gran fulcro (punto de apoyo) de la experiencia humana respecto al sonido ambiental y el ruido constante.
La llegada de fábricas y la concentración de poblaciones en ciudades compró una transformación que se acompañó de mayor ruido y desplazamiento del silencio. Hoy, el problema de la contaminación por ruido es materia de preocupación para muchos de nosotros, quienes hallamos la vida interrumpida con frecuencia por sonidos no deseados y por ruido constante.

Hoy, nuestra cultura asume como un hecho la presencia de ruido y la constante disponibilidad de música, “chateo” electrónico y diversión. En muchos hogares prácticamente no existe silencio –al menos durante las horas despiertas. En algunos hogares, los miembros de la familia viven en medioambientes aislados con sonido independiente, con iPods, televisor, radios, y un sinnúmero de cualesquier otro aditamento tecnológico que provea una experiencia determinada de ruido.

Todo esto carga el alma. Los psicólogos argumentan que el desarrollo de la identidad individual requiere períodos extensos de soledad, reflexión, y silencio. La tradición Cristiana ha honrado el silencio como materia de disciplina espiritual así como el esfuerzo intencionado de huir del ruido de la vida diaria con el objetivo de escuchar lo que el ruido no puede suplir.
Y si esto es verdad para un adulto, es todavía más real para los niños. Pero los niños de hoy a menudo están sometidos a una carga constante de ruido. Muchos son criados con el sonido de la telvisión o alguna otra forma de entretenimiento. Algunos padres parecen temer el silencio y hacen todo lo que pueden para que sus hijos nunca se queden sin alguna forma de sonido.

Susan Hill, escribiendo en la revista Standpoint del mes de junio, argumenta que nuestros hijos están siendo pauperizados (empobrecidos) al ser privados del silencio. Hemos traicionado a los niños, dice ella, al “confiscarles su silencio”:

Pero es tan difícil encontrar tales oasis de silencio, que muchos niños nunca lo experimentan, Al adaptarnos al ruido constante parece que nos hemos hecho temerosos al silencio. ¿Por qué? ¿Miedo a descubrir lo que hay cuando nos hallamos cara a cara ahí? Quizás no haya nada sino un gran vacío, nada dentro de nosotros, y también nada fuera de nosotros. Aterrador. Ahoguemos nuestros temores con alguna forma de ruido, rápido.

La mayoría nos damos cuenta de inmediato de la verdad contenida en su aseveración. Tal parece que muchos estamos, en mayor o menor grado, casi temerosos del silencio. Nuestros hijos heredan rápidamente el mismo temor.

En su libro "Silence, Please," Susan Hill describe los deleites del silencio de manera que captura hermosamente lo que muchos han perdido:
En una tranquila biblioteca, voltear una página, el rayado de un lápiz sobre el papel, son sonidos distintivos, separados. Se identifican a sí mismos para nosotros, tienen personalidad. Son hermosos. No es que nada más los sonidos naturales ganen riqueza en el contexto del silencio, todos los sonidos ganan. Deprivar a nuestros hijos y a nosotros mismos de la capacidad de distinguir tales detalles aurales es disminuir nuestra vida sensorial.

Como reconoce la autora, es muy difícil alcanzar silencio completo. Su meta no es que los niños experimenten un silencio artificial, sino más bien que los niños experimenten los sonidos naturales que llegan como regalos –sonidos que requieren apagar el televisor para poderlos escuchar.

"Nuestros hijos muy rara vez reciben esa oportunidad, o ser enseñados que el contraste entre ruido y quietud, como el paralelo entre estar acompañado y estar solo, es vital al crecimiento y madurez de un individuo”, explica ella.

Este crecimiento y madurez, cultivado por el silencio, es esencial en educación –tanto para la mente como para el alma. Lectura, escritura, análisis, y reflexión, requieren algún nivel de silencio. Muchos niños, en especial los adolescentes, empobrecen su educación al desarrollar dependencia al ruido, incluso cuando estudian (o lo que ellos llaman estudiar).

La vida de la mente y la formación del alma requieren la capacidad de oír, reconocer y entender lo que de otro modo se pierde en la cacofonía del sonido. Susan Hill de nuevo lo expresa maravillosamente:

Si los niños no aprenden a atender y concentrarse en una piscina de quietud, sus mentes se fragmentarán y sus temperamentos serán irritables. Su capacidad de absorber conocimiento, depurarlo, graduarlo y evaluarlo no se desarrollará por completo.
Leer un libro quietamente, mirar cómo se desliza lentamente una gota de lluvia por la ventana o cómo una pequeña catarina surca una hoja, intentar escuchar el sonido de un gato respirando mientras duerme, hacer preguntas extrañas como “¿dónde duermen los colores de noche?” y especular las posibles respuestas –todo esto se hace mejor en silencio, cuando la imaginación puede florecer y podemos examinar las intrincadas minucias del mundo que nos rodea con la mayor concentración.


¿Dónde van todos los colores en la noche?
Todos, no importa nuestra edad, necesitamos el regalo del silencio para ponderar tales asuntos –y escuchar aquello que el ruido constante nos depriva.

http://www.albertmohler.com/blog_read.php?id=3937

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