sábado, 3 de octubre de 2009

Crisis de consuelo

Reproducimos estas notas del P.Velert para su reflexión y análisis.

No hay término más repetido en todos los medios de comunicación serios, que el de “crisis”: crisis política, crisis laboral, familiar, de moral, de educación, crisis éticas, crisis religiosas y un largo etc., pero hay una pocas veces mencionada y que desde el corazón creo representa mayor déficit en nuestro mundo, crisis de consuelo.


Consolar a quien acaba de sufrir un gran dolor es lo más difícil que existe, y nuestra civilización, aunque presume de avanzada y progresista, no está sobrada de corazón para hacerlo.


Luego me siento desarmado, impotente, sin saber qué decir, ante el dolor de mis hermanos y amigos. He estudiado y he profundizado acerca de Teología y Psicología, he leído acerca de técnicas para ayudar a los que pasan por horas y situaciones de dolor o prueba, sabiendo que nada reemplaza al Espíritu, la Palabra y la oración, pero aun así, cuando alguien sufre de veras (particularmente cuando alguien es golpeado por la muerte de un ser amado), ¿qué decir?

Me faltan palabras y sólo atino a recomendar “la confianza en Dios, en toda prueba”. Todas las técnicas verbales se vuelven vacías, ineficaces, inoperantes. Entonces, en mis más íntimos pensamientos, me arrodillo ante el dolor, y creo que es la emoción más verdadera.


Y es que el dolor tiene algo de sagrado. Y no uso la palabra meramente en el sentido metafórico. Es sagrado, pues pertenece a esas entretelas entre el alma y el espíritu a través de las cuales nos conectamos con Dios, y nos hacen sentir nuestra fragilidad y nuestra necesidad del Altísimo, pues no sabemos cómo detenerlo.

A mi entender, el dolor auténtico que brota en un hombre y en la permisividad de Dios, debemos intentar aceptarlo con corazón humilde, tal como es; y esforzarnos y que aún a través de él podamos honrar a Dios y ayudar a los que sufren.

Creo que esta es una buena postura de consuelo: ante el dolor, lo primero y fundamental es callar. Acompañar. Pero no malgastar palabras, no decir una sola palabra que no se sienta. Estar junto al que sufre es mejor. Tratar de asumir interiormente su dolor. Y amarle sin palabras.


En rigor, sólo saben consolar Dios y las madres.

Dios, porque es Autor de todo consuelo. Y las madres, porque participan en esto muy especialmente de lo divino.


¿Conocemos muchas personas consoladoras? ¿Quién tiene tanto espíritu maternal en sí, que le permita decir a una persona angustiada y desesperada una palabra luminosa, de tal modo que vuelva a brillar la luz en su alma ensombrecida?


Sí, hay un gran déficit de consoladores en nuestro tiempo.

Los mismos pastores nos hemos vuelto administradores, ceremonialistas y conferencistas, y hemos olvidado que esto no consuela. Para consolar, siempre será mejor el hombre de oración, que además profundiza en el conocimiento de la psicología humana.


Porque, quiero repetirlo, en rigor, sólo Dios da consuelo.


Y los humanos, cuando más, hemos de limitarnos a transmitir el consuelo divino.

Pero, y desde mi mismo corazón me pregunto: ¿Cómo transmitir consuelo allí donde no hay fe, si Dios, en definitiva, es el autor de todo consuelo?


En mi ministerio he tenido que asistir a no pocos entierros, en familias con fe y sin ella. ¡Y qué diferente era todo! ¡Qué desgarro en unas y qué honda serenidad en otras!

Porque ¿cómo ayudar a entender la muerte a quienes creen que detrás de ella no hay nada? ¡No sabe el mundo cuánto pierde cuando pierde la fe, la fe no como tapadera o tubo de escape, sino como realidad hondamente vivida!

¿No será este descreimiento, esa incredulidad, la mayor razón de ese “déficit de consuelo” que el mundo padece?"

P.Roberto Velert Ch.

Iglesia Evangélica Bautista “Piedra de Ayuda”, Barcelona.

jsr54@telefonica.net


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