martes, 18 de noviembre de 2008

∞ PROMESA DE LA HUMILDAD ∞

En una cultura donde lo común es recompensar el orgullo –un mundo rápido para admirar y aplaudir al orgulloso, para etiquetar como “grandes” a esos individuos-, de vez en cuando la humildad atrae un poco de atención.

Jim Collins, en su libro Good to Great (De Bueno a Excelente), describe dos cualidades específicas del carácter que son compartidas por hombres y mujeres directores de compañías o empresas que han dado saltos gigantes, de buenas a muy buenas o grandiosas, empresas.

La primera cualidad no es sorpresa: personas de voluntad profesional increíble, encaminados y dispuestos a sufrir lo que sea para que su empresa triunfe.

La segunda cualidad es inesperada: modestia personal.

Estos líderes resaltan la contribución de otros y evitan dirigir la atención hacia su persona. Collins escribe que “líderes transformados en grandiosos no pretenden ser héroes más grandes que la vida”. “No aspiran a ser puestos en pedestales o ser iconos inalcanzables. Son personas de apariencia ordinaria que en tranquilidad producen resultados extraordinarios”.

Y quienes trabajan con ellos suelen describirlos así, como “personas quietas, modestas, humildes, reservadas, tímidas, graciosas, de buenas maneras, que no dan importancia mayor de la debida a su propia labor”.

Observen que la descripción es un abierto reconocimiento al valor de la humildad, de que la humildad funciona, que va mucho más allá del respeto a quienes la poseen y que inspira confianza y credibilidad en quienes se acercan. Sí, por increíble que parezca, hay ocasiones en que la humildad atrae la atención del mundo.

Pero algo todavía más extraordinario sucede en los cielos: la humildad atrae la mirada de Dios mismo. Pero a este miraré, al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra (Isaías 66:2). Vemos aquí una motivación y propósito muy diferente en el hombre, humildad que atrae la mirada de nuestro Dios soberano.

Entender el contexto del verso nos ayudará a ver su riqueza; Dios habla a los israelitas, un pueblo de identidad única, escogidos de entre las naciones de la tierra y que poseían el Templo y la Torah –la ley de Dios. Pero que no temblaban ante Su Palabra. Carecían de humildad delante de Dios. En Su misericordia Dios llama a Israel a que se aparte de sus orgullosas presunciones de privilegio como pueblo escogido Suyo, y a que se aparte de sus afanes religiosos. Estas cosas no atraen Su mirada. Sólo la humildad puede hacerlo.

Porque los ojos del Señor recorren toda la tierra para fortalecer a aquellos cuyo corazón es completamente suyo (2 Crónicas 16:9). Es obvio que Dios no tiene ojos físicos, ¡no los necesita! El es omnisciente, El es Espíritu. Nada escapa a Su mirada. El está en control de todas las cosas.

Sin embargo, hay algo que busca en particular. Algo que actúa como un magneto y captura Su atención e invita a Su acción. Humildad. Alguien humilde atrae la mirada de Dios y en este sentido atrae también la gracia de Dios –Su bondad inmerecida. Piensa en esto: ¡ciertamente hay algo que podemos hacer para atraer de la divina gracia inmerecida, de la sobrenatural fortaleza y asistencia!

¡Qué promesa! Escucha de nuevo este pasaje tan familiar: Dios… da gracia al humilde (Santiago 4:6). Contrario al falso refrán popular que dice “ayúdate que Dios te ayudará” o “al que madruga Dios le ayuda”, Dios no ayuda a quienes se ayudan a sí mismos. Dios ayuda a quienes se humillan a sí mismos.

Esta es la promesa de la humildad. De manera personal y providencial, Dios sostiene al humilde. Y la gracia que extiende es extremadamente rica. Como escribiera Jonathan Edwards, “los placeres de la humildad en realidad son los más refinados, íntimos y exquisitos deleites en el mundo”.

HUMILITY. True greatness. C.J Mahaney

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