Carl Trueman,
Decano Académico, Vicepresidente de Asuntos Académicos, Profesor de Historia de la Teología e Historia de la Iglesia.
Seminario Teológico Westminster en Philadelphia, Pennsylvania, USA.
Sin lugar a dudas que mis hijos brincarán ante el título de este pequeño ensayo. Puedo oír sus lamentos: “Papi, los barberos sooon de oootra época! Ya no hay barberos. Consultan al estilista de los cabellos o al Especialista en Apariencia Personal”. Vaya, me siento viejo.
Sin embargo, Pedro el barbero es un personaje mucho más antiguo que yo. Pedro fue el estilista –o E.A.P- del hombre más famoso del siglo XVI: Martín Lutero. Es decir que si Pedro hubiera sido menos competente, habría alterado el curso de la Historia con solo un muñecazo.
La importancia del maestro Pedro no yace tanto en su capacidad estilística –un tanto discutible, si usted ha visto retratos de Lutero- sino en el hecho de que tenía problemas para orar. Pedro no sabía cómo orar. Cierto día compartió su problema con su distinguido y famoso cliente. Y a pesar de la montaña de trabajo que Lutero encaraba cada día, el predicador dedicó tiempo en su casa para escribir a Pedro un tratado sobre el tema.
El incidente es muy instructivo.
Ahora bien, no pertenezco a la escuela que considera la necesidad como justificación del llamado. Si alguien me aborda con un problema determinado, esto no significa que he sido llamado a ayudar tal persona a solucionar el problema. De hecho, en algunos casos se trata de una misericordia: si alguien viene donde mi con un problema que requiera competencias mecánicas o tecnológicas, he de resistir la tentación de ayudarle pues lo más probable es que su condición final –si le ayudo- sea peor que la inicial.
No, la necesidad no justifica necesariamente al llamado: sabiduría crucial para cualquiera en posiciones de liderazgo, en especial en la iglesia, si desea retener su salud y limitar el daño que se produce.
El incidente de Pedro nos recuerda que existe un elemento clave en el liderazgo cristiano: el cuidado de las personas, incluso de aquellas consideradas como “de poca monta” a los ojos del mundo. Pedro era un humilde barbero; ni siquiera era un ciudadano modelo; pero era uno de los feligreses de Lutero; alguien bajo el cuidado pastoral de Lutero.
La respuesta de Lutero –escribirle un tratado especial sobre la oración- habla a todo volumen del verdadero corazón de un hombre que realmente cuidaba a su grey. Sin lugar a dudas, Lutero era una de las más ocupadas y presionadas personas en aquellos tiempos, con un millón de cosas o deberes más importantes presionándole desde muchos ángulos; y sin embargo encontró tiempo para redactar una carta de consuelo espiritual a su barbero.
Todo el aprendizaje de Lutero, las grandes cosas que había hecho, toda la adulación recibida, todos aquellos grandes personajes que le buscaban solicitando consejo… -nada distrajo a Lutero para cuidar las personas de su congregación. Esto es exactamente lo que uno esperaría de un líder que intentó (y en una ocasión falló de modo espectacular) trabajar de acuerdo a las enseñanzas de Pablo en 1 Corintios 1 y 2.
Si el tratado habla a gritos del corazón de Lutero por su gente, el contenido del tratado habla volúmenes de su teología. El tratado es corto pero rico, nada puede sustituir su lectura directa, así que les presento un breve resumen de sus elementos centrales:
• la visión general es el consejo dado a Pedro, basado en la práctica personal de Lutero. Al sentirse “frío” para orar, corría a su habitación a leer salmos, o si era apropiado, iba a la iglesia a escuchar salmos cantados o leídos.
• Lutero repetía para sí los Diez Mandamientos, el Credo de los Apóstoles, palabras de Jesús, Pablo o Salmos. • Procuraba enmarcar su día en oración: le dice a Pedro que su primer negocio sea orar y que su última acción al acostarse sea orar.
• Exhorta a no descuidar asuntos terrenales por causa de la oración; pero que orar sea prioritario en todo.
• Que sus oraciones no sean largas y vacías de significado. Más bien, estructuradas según el modelo del Padre Nuestro y meditadas según los Diez Mandamientos (importantes para Lutero como recordatorio de nuestra falta de valor y dependencia solo en Cristo).
Lutero señala que lo anterior es para calentar el corazón y moverlo a la oración que clama en espontaneidad a Dios.
La catéquesis medieval se estructuraba por los elementos descritos por Lutero. La enseñanza es clara: regreso a los elementos básicos de la fe, y recordatorio personal de ellos. Pero además, enraizado en la idea de que orar no es una respuesta espontánea, emocional, a Dios. Más bien es un imperativo esencial del caminante cristiano.
Así como un esposo no tiene otra opción sino amar a su esposa –es un mandato, no importa cómo se sienta en un momento dado-, así el cristiano no tiene otra opción sino orar, no importa cuán frío esté su corazón.
Y la major manera de hacerlo, si nos falta entusiasmo, es el probado y aprobado enfoque de volver a lo básico.
Otro aspecto interesante es la sugerencia de Lutero sobre el tiempo: si la frialdad ocurre cuando la iglesia se reúne, Pedro debe asistir a la iglesia. Es muy importante el aspecto corporativo de la oración. La iglesia no es cualquier lugar adonde Pedro asiste luego que ha resuelto el problema o su falta de entusiasmo: es el mejor lugar para precisamente resolver su problema.
La Iglesia, para Lutero y otros Reformadores, no es un simple lugar para asistir, escuchar la explicación de alguien sobre la Biblia, cantar algunos himnos o coros y ya. La Iglesia es el lugar donde escuchamos la voz de Dios en la lectura y la predicación de Su palabra y donde el creyente, como parte del cuerpo corporativo, responde en cantos de alabanza. Porque la adoración a Dios es el foco primario de la vida cristiana. Si Pedro luchaba con la oración pero no asistía a la iglesia, ¿sabes qué? Era de suponer que orar se convirtiera en tarea cada vez más difícil.
Suelo releer el tratado de Lutero con regularidad. Es parte de una tendencia que he adquirido en los últimos años: a mayor edad, más aprecio tengo de las cosas simples de la vida cristiana. Releer el Catecismo de Heidelberg, el Credo de los Apóstoles, los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro –aspectos básicos de la fe, se han convertido en compañeros constantes.
Toman menos de una hora de lectura, pero toda una vida de maestría.
Al repasar teología y vivir en ambientes académicos rarificados, me he dado cuenta de la profunda necesidad que tengo cada día de volver a lo básico, de recordar estas verdades. Lutero captura la esencia de modo brillante: no hay tal cosa como "secretos arcanos" para la teología ortodoxa o para una vida cristiana vital o para oraciones profundas y llenas de significado.
Todo se reduce a disciplina en las pequeñas cosas.
El librito de Lutero me recuerda que la iglesia es el primer lugar adonde ir si quiero vivir un cristianismo saludable. No es posible hacerlo si me encierro en mi casa, del mismo modo que un jugador de futbol no mejora su capacidad sin contar con el beneficio de su equipo.
Aquí es donde aparecen las arrugas. El protestantismo evangélico es la religión del libro. El enfoque literario conduce a ambiciones académicas, lo cual no es malo en sí mismo. Los teólogos cristianos, así como los futbolistas cristianos o los banqueros cristianos, están llamados a ser lo major que puedan en su área, pero cuando la excelencia académica se convierte en un fin en sí mismo, ocurren al menos dos desafortunadas consecuencias:
1) perdemos de vista lo básico, aquellas cosas que son como la carne y el agua de la vida cristiana, tanto en términos teológicos como prácticos. Cosas como catecismo y disciplina regular en la asistencia a la iglesia son muy importantes para todo estudioso.
2) perdemos de vista lo que importa de lo que no importa: buscamos la aprobación de quienes menosprecian la Palabra de Dios o quienes utlizan la Palabra como medio de auto promoción, o miramos por encima de nuestra nariz a los Pedros barberos de este mundo.
La sabiduría humana suplanta a la tontería divina, y como cualquier lector de 1 Corintios sabe, la tontería divina es infinitamente más sabia que la más grande sabiduría humana.
Tristemente, la anécdota de Pedro tiene un final sombrío. Luego que Lutero escribiera, el barbero se emborrachó y arremetió contra su yerno, quien había proclamado (posiblemente en estado de intoxicación similar) ser invulnerable a las heridas. Esto no fue así, y Pedro se libró de la pena de muerte gracias a la intervención de Lutero, quien logró cambiarla por sentencia de cadena perpetua. Pero incluso esto habla volúmenes del cuidado de Lutero: aún cuando las acciones de Pedro afectaron profundamente al predicador, el hombre más ocupado en los tiempos de la Reforma europea encontró tiempo para hablar a favor del barbero.
Pudo hacerlo porque, genio teológico como era, Lutero era también un verdadero líder cristiano quien nunca perdió de vista las pequeñas cosas de la vida, fueran doctrinas, disciplinas o discípulos.
Themelios Volume 34, Issue 1 April 2009